mientras el alma triunfa, es necesario que el cuerpo combata. De esta manera queda plenamente confirmada la enseñanza del mismo Cristo: “En el mundo tendréis aflicción, pero en mí encontraréis paz.”
Es bien conocido lo que sucedió cuando fue abierto el costado del Salvador, de donde manaron admirablemente agua y sangre. No cabe duda de que aquella abertura fue una puerta que se abrió para manifestar tantos sacramentos y misterios, entre los cuales —según un autor de gran autoridad— resplandece también este: mostrar a los fieles que el agua de la gracia y la reconciliación con Dios siempre va unida al derramamiento de la sangre.
Por ello, quien desea seguir de verdad a Cristo —como concluye el mismo autor— debe esforzarse con empeño para hallar paz en Él, manteniéndose al mismo tiempo alejado de la influencia del mundo.
De aquí se abre también el camino para comprender muchos pasajes misteriosos de la Sagrada Escritura, todos concordes en afirmar que la paz con Dios no puede alcanzarse si antes no se libra una lucha contra aquello que aparta del bien. El Real Profeta lo delineó con singular claridad en aquel feliz augurio: “Entraremos en el lugar del tabernáculo admirable, hasta la casa de Dios.”
Conviene recordar que un tabernáculo es, propiamente, uno de aquellos pabellones que los soldados levantan en medio del campamento para alojarse. ¿Quién no ve, en las palabras del Profeta, que se describe una escena militar antes de llegar a la casa acerca de la cual el mismo Dios dijo en otro lugar: “Su morada quedó establecida en la paz”?
Durante cuarenta años, el pueblo hebreo permaneció en estos pabellones en forma de ejército peregrino, antes de llegar a la tierra prometida.
Así también fue reprendido con firmeza Pedro en el Tabor, porque sin haber luchado todavía quiso expresar aquel deseo: “Señor, es bueno que estemos aquí; si quieres, haré aquí tres tiendas.”
Disfrutaba de una visión serena de Dios y pretendió luego levantar pabellones como si ya se hallara en un estado de triunfo. Con ello mostró que quería gozar antes de combatir, cuando el orden establecido por el mismo Dios pide primero la batalla y después el descanso.

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