cuando un alma se arrodilla con humildad ante el sacerdote y abre su corazón a Jesús, el cielo entero se llena de gozo (cf. Evangelio según San Lucas, capítulo 15, versículo 7).
La Confesión —o Sacramento de la Reconciliación— no es un trámite, ni una humillación vacía. Es un abrazo del Padre, es la sangre preciosa de Cristo lavando el alma, es el fuego del Espíritu Santo quemando las cadenas del pecado.
💧 1. Antes de confesarte: haz un buen examen de conciencia
El primer paso es reconocer tus pecados con sinceridad. No para angustiarte, sino para que Jesús pueda sanarte a fondo. Pídele al Espíritu Santo que te muestre qué has hecho, qué has dejado de hacer, y si has pecado con pensamientos, palabras, obras u omisiones.
Medita los Diez Mandamientos y pregunta con humildad:
¿He amado a Dios sobre todas las cosas?
¿He sido soberbia, impura, envidiosa, injusta, egoísta?
¿He causado daño con mi lengua o con mi silencio?
No te autojustifiques. Tampoco exageres. Solo sé verdadera. Jesús no necesita una máscara: te ama tal como eres, y por eso quiere liberarte.
✝️ 2. Durante la confesión: sinceridad, humildad y confianza
Entra al confesionario con respeto, pero sin miedo. Estás delante de un sacerdote, sí, pero es Cristo quien te escucha a través de él (cf. Evangelio según San Juan, capítulo 20, versículos 22-23).
Haz la señal de la cruz y di:
“Ave María Purísima”
Y el sacerdote responderá:
“Sin pecado concebida.”
Entonces di:
“Padre, me acuso de…” y comienza a confesar con claridad, brevedad y sinceridad, sin rodeos, sin justificarte ni ocultar nada.
No es necesario dar detalles morbosos, pero sí debes decir el pecado concreto, cuántas veces aproximadamente lo cometiste, si fue grave y si fue con plena conciencia.
No temas. Aunque hayas cometido cosas gravísimas, recuerda que la Sangre de Cristo es infinitamente más poderosa que cualquier culpa. Confía en su misericordia.
Luego escucha el consejo del sacerdote y la penitencia que te dé. Esa penitencia no es un castigo: es un acto de reparación, un pequeño gesto de amor a Jesús.
🕯️ 3. Después de la confesión: cumplir la penitencia y vivir en gracia
Reza la oración de contrición:
“Jesús mío, me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido…” (puedes usar cualquier versión aprobada).
Luego, cumple tu penitencia cuanto antes, y al salir, alaba en tu corazón a Cristo porque te ha perdonado por completo. No quedó nada, mi hermana. Nada.
Eres limpia. Has sido lavada por su sangre.
> “Si nuestros pecados fueran como la grana, como la nieve serán emblanquecidos” (Libro del profeta Isaías, capítulo 1, versículo 18).
Y no te alejes del confesionario. No lo dejes para una vez al año. ¡Confiesa cada mes! La confesión frecuente fortalece el alma, debilita el pecado, y da luz al corazón.
Jesucristo no vino a condenar, sino a salvar. La confesión es su invento de amor, su medicina para los enfermos. Él murió para darte este regalo. No lo desprecies por miedo, orgullo o tibieza.
Hoy, hermana, te invito a decirle a Jesús:
> “Señor, dame la gracia de hacer una buena confesión. Que no me quede nada oculto. Ven Tú mismo a buscarme, como el Buen Pastor. Amén.”
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