Las heridas de Cristo, la cruz y los testigos de su muerte son pruebas contra la generación necia que prefirió servir al enemigo antes que a su Redentor.
En el juicio final se revelará el servicio que los pecadores dieron al diablo, la carne y el mundo. Los libros del corazón serán abiertos y los muertos juzgados según sus obras.
Se quitarán las máscaras de los hipócritas y se mostrarán sus engaños, riquezas injustas, traiciones y fraudes. Se les llamará como a Adán: “¿Dónde estás?”, y como a Lázaro: “Sal fuera”, para que sus pecados ocultos salgan a la luz. La vergüenza y la desnudez de los pecadores será expuesta ante las naciones y los reinos.
El pecador impenitente será expuesto con terror y vergüenza cuando sus pecados ocultos se revelen ante todo el mundo. Así como los judíos cayeron al suelo cuando Cristo dijo “Yo soy”, en el juicio final los pecadores verán al que traspasaron. Entonces Cristo les recordará: “Yo soy” — el que vendieron por avaricia, el que despreciaron con burlas y blasfemias, el que sufrió por sus injusticias y persecuciones, el que fue golpeado por sus falsos juramentos, cegado por sus engaños, coronado de espinas por su soberbia, herido por su lujuria y desnudado por sus palabras y actos vergonzosos.
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