cayó en un rapto espiritual y escuchó palabras dirigidas al abad:

 

En un monasterio de la orden cisterciense, un abad decidió enterrar a un hombre que había estado excomulgado. 

Mientras realizaba las oraciones del entierro, Doña Brígida cayó en un rapto espiritual y escuchó palabras dirigidas al abad:

—Usaste tu autoridad para darle sepultura, pero debes saber que el próximo entierro, después de este, será el tuyo. Has faltado al mandato del Padre, que prohíbe honrar injustamente a los que poseen bienes. Por un favor pasajero diste honor a quien no lo merecía y lo pusiste entre los dignos. Nunca debiste hacerlo.

Las palabras continuaron, firmes y claras:

—Has faltado también al Hijo. Él enseñó que quien lo rechaza será rechazado. Sin embargo, tú diste honra a alguien apartado por la Iglesia y por su vicario.

Cuando el abad escuchó lo ocurrido, se arrepintió con sinceridad. Cuatro días después, murió.

Después de este suceso se explicó cómo actúa el enemigo espiritual sobre las personas. 

Primero debilita la voluntad y los buenos deseos, que son como la envoltura que guarda la fuerza interior. Cuando el corazón queda vacío de esos bienes, introduce pensamientos mundanos y afectos torcidos, inclinando al cuerpo hacia placeres que destruyen la firmeza del alma. El valor disminuye y la vida pierde su armonía. Así queda el hombre: como una manzana sin piel, sin un corazón lleno de caridad.

Se añadió además que un tercer espíritu maligno actúa como un arquero que dispara desde una ventana a quienes no se cuidan. Se decía:

—¿Cómo no va a habitar donde se le menciona sin medida? A quien se ama es a quien más se nombra. Las palabras duras que hieren a otros salen como flechas cada vez que su nombre pasa por los labios de alguien o cuando sus expresiones causan daño a los inocentes y confusión a los sencillos.

Finalmente llegó una advertencia solemne:

—Te juzgaré con severidad por tus actos de infidelidad, traición y burla sacrílega. Pero mientras el alma y el cuerpo permanezcan unidos, mi misericordia está abierta. Solo exijo que asistas con mayor frecuencia a los oficios, que no temas reproches, que no busques honores y que nunca vuelvas a pronunciar ese nombre funesto.

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