por la oración y la acción del cielo.

 

En Atenas se hablaba mucho de una casa enorme en la que nadie quería vivir. Los vecinos contaban que cada noche se oían ruidos de hierro, cadenas arrastrándose y que aparecía la figura de un anciano encadenado, que caminaba lentamente por los pasillos.

Muchos decían que era una invención. Otros aseguraban que un espíritu maligno dominaba aquel lugar.

Un día llegó a la ciudad Atenodoro, filósofo prudente y de alma firme. Preguntó por la casa y, al oír la historia, decidió alquilarla. No se dejó llevar por miedo alguno; antes bien, llevó consigo un crucifijo y agua bendita.

Aquella noche, mientras escribía, comenzaron los ruidos. Atenodoro siguió escribiendo, confiando en el Señor. Los ruidos crecieron hasta que, al levantar la vista, vio la figura del anciano encadenado. Pero detrás de esa figura, apenas perceptible, había un ángel custodio, observando con firmeza.

El espíritu levantó la mano y señaló hacia el patio interior. Atenodoro, con el crucifijo en alto, lo siguió. Allí, la figura se desvaneció.

Al día siguiente llamó a las autoridades y mandó excavar el sitio indicado. Encontraron huesos encadenados. Tras darles sepultura cristiana y celebrar un sacerdote una Misa por el difunto, la casa quedó en paz para siempre.

La presencia maligna se retiró, sometida por la oración y la acción del cielo.


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