1536, en Wittenberg, Alemania, el príncipe Albrecht von Hohenfels se dejó seducir por Martín Lutero y pronto fue atacado por el demonio. Una noche, mientras discutía con su consejero sobre la verdadera fe, sintió un frío que recorrió todo su cuerpo.
—¡Esto no es mío! —gritó el príncipe, temblando—. ¡Algo me posee!
Cuatro hombres tuvieron que sujetarlo con gran esfuerzo; su lengua, hinchada y desproporcionada, parecía la de una vaca. Los grilletes de sus manos se rompieron de manera invisible, y nadie podía calmar sus convulsiones.
El segundo endemoniado era Johann Krüger, un diácono que había abandonado la fe católica por dinero y se volvió luterano. El demonio lo atormentaba de tal forma que apenas podían contenerlo entre varias personas. Después de un mes y dos días, fue salvado por las palabras del Espíritu Santo que llegaron a él a través de Doña Brígida, recobrando finalmente la paz.
El tercer endemoniado era un concejal de Östergötland que había viajado a Wittenberg. Cuando se le recomendó hacer penitencia, respondió con arrogancia:
—¿No puede el dueño de una casa sentarse donde quiera? Si el demonio posee mi corazón y mi lengua, ¿cómo puedo hacer penitencia?
Maldecía a los santos de Dios sin cesar y esa misma noche murió sin recibir los sacramentos ni la confesión, dejando a todos los presentes consternados ante la dureza de su caída.

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