Teoclia fue mujer muy piadosa, de gran caridad y temor de Dios. Vivió santísimamente, hacía muchas limosnas y, aunque tardó en tener hijos, al fin dio a luz un hijo al que bautizó y llamó Caliopio. Lo crió con virtud y le enseñó ciencias y artes liberales y divinas. Caliopio sobresalió en todo respecto a los de su edad.
En Perga de Panfilia, donde era venerado por su sangre y letras, persistió en la fe de Jesucristo a pesar de la idolatría reinante. Se ejercitó en ayunos y oraciones, y fue denunciado. Su madre le aconsejó que tomase dinero, vestidos y esclavos y se marchase; así lo hizo y se fue a Pompeyopoli de Cilicia.
Celebrándose una gran fiesta de los gentiles en aquella ciudad, fue invitado a un sacrificio y convite a los dioses; él se negó y confesó ser cristiano. El prefecto Máximo, al escucharle, quiso saber su linaje. Caliopio respondió que era de Panfilia, de linaje patricio, y que lo que más le ennoblecía era ser cristiano. Máximo trató de sobornarlo con una hija para casamiento si aceptaba sacrificar, pero Caliopio dijo que no se casaría sin el consentimiento de su madre y reiteró su fe en Cristo.
Máximo, indignado, declaró que la mocedad le hacía desvergonzado y que lo torturarían. Caliopio sostuvo que quienes adoraban piedras y palos estaban en error y que el hombre creado por Dios comparecería puro ante el tribunal de Cristo. El prefecto lo amenazó con mil tormentos; Caliopio permaneció firme en su palabra y en su fe.
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