San Bartolomé predicó el Evangelio en la India. Allí destruyó al espantoso y diabólico ídolo Astharot, quien hacía señales demoníacas y enfermaba a las personas. Con el poder de Cristo, Bartolomé sanó a los enfermos, reprendió al demonio y derribó al ídolo, ordenándole al mismo espíritu maligno que destruyera su propia imagen.
También liberó, por medio de la oración, a la hija del rey Polimio, quien estaba poseída por un demonio, y sanó a muchos otros enfermos.
Al ver el pueblo los grandes milagros que Dios obraba por medio de Bartolomé, comenzaron a aclamar con fuerte voz:
“No hay más que un solo y único Dios todopoderoso, aquel que este hombre de Dios, Bartolomé, predica y confiesa.”
El rey Polimio, junto con su esposa, sus dos hijos y muchos otros, se bautizaron.
Sin embargo, los sacerdotes paganos, al ver que perdían su influencia y sus ganancias, acusaron a Bartolomé ante Astiages, hermano menor del rey Polimio. Astiages ordenó que el santo apóstol fuera golpeado con garrotes, después desollado y finalmente decapitado.
Treinta días después, el mismo rey Astiages fue poseído por el demonio y, junto con los sacerdotes paganos, cayó bajo castigo. Los sacerdotes, llenos de espíritus malignos, confesaron públicamente la verdad del apostolado de Bartolomé y murieron en tormento.
(Referencias: Niceforo, libro 2, cap. 39; Eusebio, libro 3, cap. 11; Doctor Ludovico Rabo, segunda parte De Martyribus, cap. 23.)
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