En ese instante murió en sus brazos, entregando su alma al demonio



Un mercader sevillano viajó a las Indias con su amante para aumentar su riqueza. Durante dos viajes en barco sufrieron graves tormentas en las que estuvieron al borde de la muerte. En ambas ocasiones prometieron dejar su vida de pecado si sobrevivían, pero al llegar a tierra volvieron a la misma conducta.

En el segundo viaje el barco naufragó, y ambos sobrevivieron milagrosamente aferrados a una tabla. A pesar de esa experiencia extrema, no cambiaron su modo de vida.

Tiempo después, el mercader enfermó gravemente. Creyéndose condenado por sus pecados, al principio rechazó confesarse. Un padre jesuita lo convenció del perdón de Dios y lo ayudó a confesar sinceramente. El mercader expulsó de su casa a la amante y, tras confesarse, recuperó la paz interior e incluso mejoró físicamente.

Sin embargo, creyéndose fuera de peligro, mandó llamar de nuevo a la mujer y la recibió con afecto. En ese instante murió en sus brazos, entregando su alma al demonio, y perdió su salvación.

El texto concluye con una exhortación: así como Cristo nos liberó del demonio con su Pasión y su Cruz, el pecador que vuelve al pecado lo hiere de nuevo con sus recaídas. Por eso se advierte al alma que no siga crucificando a Cristo con repetidos pecados.

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