Del poder usurpado al castigo eterno: la caída de los obispos”

 


Lupoldo y otro hombre, ambos llenos de ambición y maldad, arruinaron la paz de sus iglesias y causaron conflictos por su propio beneficio. Saquearon cementerios y profanaron lugares sagrados, mostrando un desprecio absoluto por Dios y por la moral. Participaron en guerras sin consideración por la vida humana, y provocaron numerosas discordias entre reyes y ciudadanos. Antes temían a Dios, pero en cuanto obtuvieron poder, olvidaron toda reverencia y usaron su autoridad para perseguir intereses personales, causando escándalo entre la nobleza y los fieles. Fueron hombres que, confiados en su apoyo político, no dudaron en enfrentarse al papa, en ser excomulgados y luego restituirse en sus cargos, dejando un rastro de enemistad, saqueos y destrucción a su paso.

Después de la muerte, estos hombres se encontraron en el infierno, sufriendo las consecuencias de sus acciones. Allí, conversaron entre ellos:

—Hermano, si veis que mi lugar es más honorable, subid a él, y yo tomaré el vuestro —dijo uno.

—Mala consolación es esa —respondió el otro.

Así quedaron, recordando que todo su poder y ambición no les sirvió para nada más que para merecer ese castigo. Y esos dos hombres que usurparon los cargos episcopales fueron los que terminaron en el infierno, pagando por toda su maldad.

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