Confesión forzada de los demonios en La Sainte-Baume, Francia

recogida por los Padres Dominicos, siglo XVII)

En el convento dominico de La Sainte-Baume, en Provenza, Francia, durante el siglo XVII, se realizaron exorcismos en presencia de sacerdotes, religiosos y fieles.

Allí, los espíritus malignos, sometidos por la autoridad divina, fueron obligados a confesar verdades sobre el misterio de la Redención, el pecado original y la grandeza de la Virgen María.

Entre esas declaraciones se encuentra este testimonio, donde los demonios relataron cómo, después de la caída de Adán y Eva, tuvo lugar en el Cielo una disputa entre la Justicia y la Misericordia ante el Padre Eterno.

I. La voz de la Justicia

La Justicia, la hija mayor de Dios, habló primero.

Dijo que el hombre debía ser castigado por su desobediencia, pues había quebrantado el mandato divino.

Explicaba que la desobediencia merecía pena, y que tanto la desobediencia como la falta de reverencia hacia el Creador demostraban que el hombre era digno de condena.

Según la Justicia, el hombre no había pecado por ignorancia, sino por exceso de ciencia y curiosidad:

—El saber que buscó lo perdió —afirmó—; la soberbia fue su ruina.

El ser humano, al desobedecer, se rebeló contra su Príncipe y Señor, y debía pagar el precio de su culpa.

La intervención de la Misericordia

Entonces habló la Misericordia, más joven que su hermana, pero igualmente hija de Dios.

Dijo con ternura:

—Padre mío, soy tu hija menor, y aunque mi hermana es más antigua y tiene prioridad por derecho, yo también te ruego que me escuches. ¿Para qué creaste una criatura tan hermosa si había de terminar en el infierno? Hay remedio para su salvación.

Y añadió:

—Nacerá una mujer llamada María, más humilde que Eva fue orgullosa, más simple que Eva fue curiosa. Ella será obediente donde Eva fue rebelde. Eva extendió su mano hacia el fruto prohibido; María dirá: “He aquí la esclava del Señor”, y con esa obediencia reparará la culpa de su antecesora.

 El debate celestial

Mientras tanto, el Cielo parecía dividido entre ambas hermanas.

La Justicia insistía en que el hombre merecía castigo, porque había cometido un crimen contra la Majestad divina.

Pero la Misericordia replicaba que Dios no debía perder su creación:

—Déjalos vivir, Padre mío. Si los perdonas, tendrán hijos buenos. Habrá un Abel justo, aunque también un Caín perverso. Pero de entre ellos surgirá una María, que reparará el daño de Eva.

La Justicia respondió:

—Si habrá un Abel, también habrá un Caín; los malos volverán a pecar.

Y la Misericordia contestó:

—Sí, pero los buenos brillarán más ante Ti que lo que los malos te ofendan. María será más pura que Eva fue culpable, y el fruto de su vientre será la vida misma.

IV. El Verbo Divino se ofrece

Entonces habló el Verbo Divino, el Hijo Eterno del Padre, diciendo:

—Padre mío, es necesario perdonarlos. Yo me encarnaré. Sufriré una muerte más ignominiosa que ninguna criatura ha sufrido jamás. Repararé su falta con mi obediencia y mi sangre.

El Padre Eterno, al oír estas palabras, miró con amor a su Hijo.

Sabía lo que debía sufrir, pues en Dios todo está presente, nada pasado ni futuro.

Y aunque previó la ingratitud de muchos hombres, aceptó la ofrenda, porque el Hijo repetía interiormente:

—Padre mío, alguno se convertirá.

El Espíritu Santo asistía al Verbo, porque Él es el Dios de Amor, como el Padre es el Dios de poder y justicia, y el Hijo, el Dios de sabiduría.

De este modo, la Trinidad obraba unida: Poder, Sabiduría y Bondad se juntaban para la redención del hombre.

 La confesión de los demonios

Durante los exorcismos, los demonios confesaron dentro de la cueva de La Sainte-Baume, en presencia de los asistentes, que esta doctrina era verdadera.

Reconocieron públicamente que no hay más que un solo Dios en tres personas, y que la Misericordia del Verbo había vencido sobre ellos.. La Virgen María, el jardín cerrado

Entonces, el demonio Verrine, forzado a hablar, declaró sobre la Virgen:

—María es un jardín cerrado, en el cual se halló la bella manzana de su pureza. Esa manzana tenía la belleza, el perfume y el sabor que representan las propiedades de la Santísima Trinidad.

En ese jardín crecían árboles hermosos: sus raíces eran la humildad, sus hojas los buenos deseos, y sus frutos las obras santas dignas de presentarse en la mesa del Rey de Gloria.

Sobre esa mesa están las flores de sus virtudes, que conservó por su humildad, siempre reconociendo que todo bien provenía de su Hijo y no de sí misma. Así, por su humildad, guardó sus virtudes y colaboró con la obra de la Redención.

El misterio del Jardín y la Cruz

El Verbo declaró que el pecado de Adán, cometido en un jardín por el fruto de un árbol, sería reparado en otro jardín y con otro fruto:

—El primer pecado se cometió en el jardín del Edén —dijo—, y será reparado en el jardín de Getsemaní, cuando pronuncie: “Hágase tu voluntad”.

El primer hombre pecó por comer del fruto prohibido; el Hijo de Dios reparará con el Fruto de Vida nacido del jardín de María.

El pecado fue cometido en un árbol, y será perdonado por el árbol de la Cruz.

El Verbo continuó:

—Me humillaré en un pesebre por la soberbia de Adán, seré obediente hasta la muerte para reparar su rebelión, y ayunaré por su gula. Mi obediencia hará más bien a la naturaleza humana de lo que Adán le causó con su falta.

 El triunfo de la Misericordia

Así quedó establecido que cuanto mayor fue la ofensa, tanto mayor sería la Misericordia.

Y esa misericordia brillaría en las almas miserables: en Pedro, Pablo, David, el publicano, Mateo, Jacobo el Ermitaño, Magdalena, Pelagia, María Egipcíaca, Thaís y la Samaritana.

Por su ejemplo, much

as almas se convertirían, y la gracia de Dios llenaría los lugares que dejaron vacíos los ángeles caídos.

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