El abad Macario enseña algo muy profundo sobre el corazón humano y la vida espiritual. Dice que recordar el mal que nos han hecho los hombres —es decir, guardar rencor, resentimiento o enojo hacia quienes nos han ofendido— nos impide recordar a Dios.
Cuando el alma se llena de pensamientos de venganza o de heridas pasadas, el corazón se vuelve pesado y cerrado, y la mente se aparta de la oración y la paz interior. No se puede pensar en Dios y en el rencor al mismo tiempo: uno expulsa al otro.
En cambio, recordar los males que nos causan los demonios significa tener presente que nuestro verdadero enemigo no son las personas, sino las fuerzas del mal que nos tientan, nos hacen caer, nos siembran orgullo, ira o tristeza. Si mantenemos esa conciencia, nos volvemos invulnerables, porque dejamos de luchar contra la carne y la sangre, y empezamos a combatir la raíz espiritual del mal.
Comentarios
Publicar un comentario