Sobre el Reino de las Tinieblas y la Esclavitud del Pecado

el reino de las tinieblas está bajo el poder del maligno príncipe. Desde el principio, él tomó cautivo al hombre. Rodeó y cubrió su alma con el poder de las tinieblas, como si lo vistiera de rey.De la cabeza a los pies, lo revistieron con ropajes de oscuridad.

Así también, la malicia —es decir, el pecado— cubrió por completo el alma. La contaminó y la llevó cautiva a su reino. No dejó miembro alguno libre: ni pensamientos, ni mente, ni cuerpo. Todo quedó envuelto en la púrpura de las tinieblas.

Del mismo modo que en el cuerpo humano no sufre solo una parte, sino que todo el cuerpo padece, también el alma entera sufre las pasiones del mal y del pecado. El maligno vistió toda el alma con su malicia, es decir, con el pecado. Por eso, el cuerpo se volvió frágil y corruptible.

El Apóstol dice: “Despojaos del hombre viejo”. Se refiere al hombre completo: ojos sobre ojos, cabeza sobre cabeza, oídos sobre oídos, manos sobre manos y pies sobre pies. El maligno contaminó al ser humano entero —alma y cuerpo—. Lo revistió del hombre viejo, lo volvió impuro, enemigo de Dios y sometido a la ley del pecado.

Por esta razón, el hombre ya no ve como desea, sino que ve mal. No oye como debe, sino que oye mal. Sus pies corren hacia el mal y sus manos obran iniquidad. Su corazón maquina cosas perversas.

Debemos rogar a Dios para que Él nos despoje del hombre viejo, porque solo Él puede quitarnos el pecado. Los que nos hicieron cautivos son más fuertes que nosotros y nos retienen en su reino. Pero Dios prometió liberarnos de esta esclavitud.

Así como el sol brilla y el viento sopla, cada uno con su propia naturaleza y cuerpo, y nadie puede separar el viento del sol si Dios no lo detiene, así también el pecado está mezclado con el alma. Es imposible separarla del pecado, a menos que Dios detenga y haga cesar ese viento maligno que habita en el alma y en el cuerpo.

Del mismo modo, si alguien ve un ave volar y desea volar, no puede hacerlo sin alas. Así también, para el hombre no basta con desear ser puro, sin mancha y sin culpa: necesita de Dios para lograrlo.


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