San Lorenzo Justiniano dice que, así como cuando la señora de la casa está ausente, las criadas se desordenan, pero al saber que regresa se acomodan y realizan sus oficios correctamente; de igual manera, cuando uno no teme a Dios, sus pasiones y concupiscencias están desordenadas en el corazón. Pero entrando el temor de Dios en el alma, todo se ordena y se compone, como dice el Sabio: “El temor de Dios produce orden”.
Los bienes del temor son numerosos. No debe despreciarse el temor servil, pues ayuda a huir del pecado. Por eso Isaías dice: “Con el temor engendramos espíritu de salud”. El Sabio dice: “El que teme al Señor prepara su corazón, y delante de Dios justificará su alma”.
San Lorenzo Justiniano afirma que el temor servil en el corazón es un terrible gigante que tiene en sus manos una maza de hierro, que recuerda el juicio y las penas del infierno, con la cual no deja entrar al demonio ni permitir que nada desordene nuestras acciones. Nos hace diligentes, como dice el Sabio: “El que teme a Dios no deja de hacer nada para agradarle”.
Los remedios para alcanzar este buen temor son:
Primero, conocer que es un don de Dios, y que solo Él puede concederlo, por lo que debe pedirse con humildad, como decía David: “Encierra Señor con tu temor mis carnes”, pues quien está crucificado no se mueve según su voluntad; así, quien teme a Dios no hace la suya, sino la de Dios.
Segundo, considerar los desastres de quienes se apartaron de Dios y los bienes de quienes le temieron y se unieron a Él. Por esto decía el profeta: “Ay de ellos si se apartaren de mí”.
Tercero, tener siempre presente la justicia de Dios contra nuestros pecados, como el Sabio indica: “Acuérdate de tus postrimerías, y nunca pecarás”.
Quien quiera subir a la perfección debe hacerlo por los tres grados que el Abad Cheremón propone:
La primera causa para apartarse del pecado es el temor servil que descubre la fe.
La segunda es la esperanza del premio, como un mercenario que trabaja por su jornal.
La tercera es la caridad y el amor a Dios, que mueve solo por la bondad. Todas son buenas, pero la tercera es la mejor.
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