El monje se le apareció a una monja en el monasterio, y ella no pudo evitar llorar de la sorpresa y la emoción. Nunca se había escuchado que él tuviera alguna actitud negligente o algún fallo grave, y siempre parecía ejemplar ante todos.
Sin embargo, él le confesó que había pasado tiempo en el purgatorio porque, aunque cumplía con sus deberes religiosos, tenía la costumbre de no hacerse cargo de ciertas responsabilidades.
Por ejemplo, durante los días de fiestas, él entendía que al ser “días libres” no tenía que rezar con atención, y a menudo usaba como pretexto que estaba ocupado con otras cosas para no cumplir con la oración pausada y consciente que la Iglesia exige. Incluso, cuando había actividades extraordinarias en el monasterio, él a veces se ausentaba del rezo diciendo que debía prepararse para ellas.
El monje le dijo a la monja que él estaba sorprendido de haber quedado en el purgatorio, porque había cumplido con muchas cosas correctamente, pero que no había comprendido que la verdadera santidad también requiere responsabilidad y compromiso constante, no solo cumplir con lo obligatorio. Por eso le faltaba poco para salir del purgatorio y le pidió que, con sus oraciones, pudiera ayudarlo a alcanzar pronto la paz y estar finalmente junto a Dios.
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