todo era ilusión. La mujer era una bruja que, mediante encantamientos demoníacos

 

Menipo era un joven de Licia, sencillo y reservado, que vivía en una cabaña junto al bosque. Un día conoció a una mujer que decía poseer gran riqueza: sirvientes, oro, banquetes, y una casa majestuosa. Aunque su apariencia era la de una anciana de rostro severo y mirada turbia, al día siguiente se presentó transformada: joven, hermosa, y rodeada de esplendor. Menipo, confundido por lo que veía, aceptó casarse con ella.

Pero todo era ilusión. La mujer era una bruja que, mediante encantamientos demoníacos, había creado una falsa realidad. Cuando Menipo quiso marcharse, descubrió que no podía: ella lo había atado con un hechizo que lo mantenía prisionero en aquella casa, donde la riqueza y la belleza eran solo humo disfrazado.

Pasaron siete años. Menipo envejecía en espíritu, aunque su cuerpo no cambiaba. La bruja lo retenía, alimentando su poder con su sufrimiento. Pero una noche, un monje viajero pasó por el bosque. Al ver la casa, pidió asilo. La bruja, creyendo que podría hechizarlo también, lo recibió con falsa hospitalidad. Pensaba que si lograba someter al monje, su poder se multiplicaría.

Pero al caer la noche, el monje se levantó en oración. Sintió la presencia del demonio que habitaba con la bruja y comenzó a reprenderlo con autoridad espiritual. La atmósfera se quebró. Las paredes temblaron. La bruja, aterrada por la luz que emanaba del monje, salió despavorida de la casa, gritando como si ardiera.

El hechizo se rompió. Menipo, por fin libre, cayó de rodillas. El monje lo miró con compasión, le impuso las manos y le dijo: “La verdad siempre vence, aunque tarde. Tu alma es libre, joven Menipo.”

Desde entonces, Menipo vivió con gratitud, y la casa maldita se convirtió en ruinas que nadie volvió a habitar.

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