Catalina de Emmerich frente al grito de las almas

 

En una ocasión, cuando Catalina de Emmerich todavía estaba un poco mejor de salud, fue al cementerio y comenzó a recorrer tumba por tumba, rezando por las almas que allí descansaban. Mientras lo hacía, llegó a una tumba de la que sintió una voz suplicante que decía: “¡Sácame de aquí!” Esto la conmovió profundamente y le permitió percibir la angustia de muchas almas atrapadas en el purgatorio.

Al mirar otras tumbas, notó que algunas emitían columnas de sombra más claras, otras más oscuras, y algunas incluso una luz tenue. Catalina comprendió que estas señales mostraban el grado de necesidad de las almas: las que no daban ningún signo estaban más lejos de recibir ayuda, olvidadas y sin capacidad de actuar, mientras que aquellas con sombras o luces podían recibir consuelo a través de las oraciones de los vivos.

Rezando con fervor por estas almas, vio cómo poco a poco las sombras grises se iluminaban, y algunas llegaban incluso a ascender con alegría hacia el cielo. Las almas que podían enviar señales lo hacían como pobres prisioneras que pedían ayuda, y lo que los vivos ofrecían por ellas lo llevaban a Jesús. Catalina experimentó una profunda alegría y gratitud al ver este movimiento de almas hacia la luz, comprendiendo la abundancia de gracias que se pierden cuando los vivos olvidan rezar por los difuntos.

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