En el monasterio dominico, año 1215, los primeros hermanos trabajaban sin descanso. Durante la mañana, algunos copiaban manuscritos, otros limpiaban el huerto y preparaban la comida.
Fray Tomás, uno de los más santos, se acercó a fray Juan mientras revisaba sus libros:
—Hermanos, estad atentos. Los demonios intentan entrar en este lugar y sembrar discordia. Quieren que nos acusemos unos a otros y que nuestro ánimo se turbe.
Fray Juan asintió, preocupado:
—¿Cómo podemos defendernos, fray Tomás, si actúan de manera tan sigilosa?
—Con obediencia y humildad —respondió fray Tomás—. Cada orden de nuestro maestro espiritual, aunque parezca contraria a nuestro interés, es un ejercicio para fortalecer nuestra fe. La obediencia limpia el alma y cierra la puerta a los demonios.
Ese mismo día, mientras los hermanos cantaban los oficios, fray Pedro sintió un impulso repentino de irritarse con fray Luis por un error en la copia de un manuscrito. Una voz interior le susurraba que debía reprocharle y guardarle rencor.
Fray Pedro respiró hondo y recordó las palabras de fray Tomás. Bajó la cabeza y, en silencio, continuó su trabajo. Al día siguiente, mientras los demonios intentaban nuevamente generar celos, fray Luis cometió otro pequeño error. Pero esta vez fray Pedro, con calma, lo corrigió sin palabras duras y siguió con su tarea. Los demonios, frustrados, se alejaron sin poder perturbar la paz del monasterio.
En el refectorio, mientras comían, otro ataque surgió. Fray Juan notó que alguien había tomado más pan del permitido y un sentimiento de acusación apareció en su corazón. Quiso levantar la voz y culpar a fray Pedro, pero recordó la enseñanza: “Las injurias amargan como el acíbar; soportadlas con paciencia”.
—No importa —dijo fray Juan a su interior—. La paz del corazón vale más que cualquier queja.
Por la tarde, los hermanos trabajaban en el huerto. Un viento extraño parecía empujar las herramientas, y voces invisibles susurraban dudas y miedos: “No lograréis terminar hoy, nadie confía en ti, cometerás un error y fracasarán todos los trabajos”.
Fray Tomás observó a los hermanos y les dijo:
—Hermanos, no temáis. Los demonios siempre tratarán de desanimarnos. Cada tarea que hacemos con humildad y obediencia es un golpe contra ellos. Orad y continuad, sin miedo.
Cuando la noche llegó, se reunieron en la capilla. Mientras cantaban y rezaban, fray Pedro sintió una presencia que parecía hermosa y luminosa, pero al invocar el nombre de Jesús, la visión se volvió horrible y desapareció.
—Véis —dijo fray Tomás—, aunque los demonios parezcan dulces o encantadores, la obediencia y la oración nos protegen. La luz de la humildad y la fe expulsa las tinieblas.
Al final del día, los hermanos se acostaron sabiendo que los demonios habían intentado todo, pero no pudieron romper la unidad ni perturbar sus corazones. Cada pequeño acto de obediencia, paciencia y oración había reforza
do la santidad del monasterio.
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