En el monasterio de San Benito, madonna Caterina, siguiendo el consejo de su hermana monja, se dirigió al confesor del convento para encomendarse a él. Aunque no estaba dispuesta a confesarse en ese momento, su hermana le insistió en que fuera, porque aquel religioso era de gran santidad y bondad.
Cuando Caterina se arrodilló ante él, recibió una herida en el corazón: un inmenso amor de Dios que le mostró con claridad sus propias miserias, defectos y la infinita bondad de Dios. La intensidad de esta experiencia fue tal que casi cayó al suelo. Por esos sentimientos de amor y por las ofensas hechas a su dulce Dios, fue purificada de todas las miserias del mundo, quedando casi fuera de sí misma, y desde su interior exclamaba con gran ardor:
“No más mundo, no más pecados”, y en ese instante, si hubiera tenido mil mundos, los habría arrojado todos.
El fuego de este amor divino impregnó su alma con toda la perfección de la gracia. Fue purgada de los afectos terrenales, iluminada con la luz de Dios y percibió con claridad su dulce bondad. Finalmente, se unió completamente a Él, transformándose en verdadera unión de voluntad y amor, encendida en todas partes por el ardor divino.
Caterina, por esta dulce herida en su corazón, estaba casi fuera de sí ante el confesor y apenas podía hablar. Al notar esto, el confesor se acercó, y ella, con gran dificultad debido al dolor intenso y al inmenso amor que sentía, le dijo:
“Padre, si os place, dejaría voluntariamente esta confesión para otra ocasión”.
Después de esto, se retiró a su habitación más secreta. Allí lloró y suspiró profundamente, consumida por un fuego interior que la mantenía en un estado de éxtasis y contrición. En ese momento, fue instruida profundamente en la oración, aunque su lengua no podía expresar más que estas palabras:
“Oh amor, ¿puede ser que me hayas llamado con tanto amor y me hayas hecho conocer en un instante lo que con palabras no puedo expresar?”
Durante varios días, sus palabras fueron solo suspiros intensos. Sentía una contrición tan profunda por las ofensas hechas a la bondad de Dios que, de no haber sido sostenida milagrosamente, habría expirado y su corazón habría estallado.
Deseando Dios encender aún más su amor interior y su dolor por los pecados, le mostró en espíritu a Jesús con la cruz a cuestas, cubierto de sangre. La visión fue tan intensa que le parecía que la casa entera estaba llena de ríos de aquella sangre derramada por amor. Esto encendió en su corazón un fuego tan intenso que parecía fuera de sí misma, y le parecía casi una locura por la intensidad del amor y dolor que sentía.
La visión penetró tan profundamente que Caterina parecía ver constantemente, incluso con los ojos del cuerpo, la pasión de Cristo y la misericordia divina derramada sobre las almas. Contempló también las ofensas que ella misma había cometido y exclamaba:
“Amor, nunca más, nunca más pecados”.
Luego sintió un odio hacia sí misma tan intenso que no podía soportarlo, y decía:
“Oh amor, si es necesario, debo prepararme para confesar mis pecados públicamente”.
Después realizó su confesión general con tanta contrición y estímulo espiritual que parecía que su alma se consumía. Aunque Dios, en el momento en que le dio la dulce y amorosa herida, le había perdonado todos sus pecados, consumiéndolos con el fuego de Su inmenso amor, Caterina fue llevada por la vía de la satisfacción para cumplir con la justicia divina. Esta etapa de contrición, iluminación y conversión duró aproximadamente catorce meses. Al finalizar, y después de haber cumplido con la satisfacción, la visión intensa desapareció de su mente de tal manera que jamás volvió a ver siquiera una mínima chispa de sus pecados, como si todos hubieran sido arrojados al fondo del mar.
Durante la vocación mencionada —cuando fue herida a los pies del confesor— se sintió atraída hacia los pies de Nuestro Señor Jesucristo y, en espíritu, vio todas las gracias, caminos y modos por los cuales el Señor, con Su puro amor, la condujo a la conversión.
Poco después, se sintió atraída más alto por el Crucificado y vio un camino más suave, que contenía muchos secretos de un amor agradable y activo, que la consumía completamente de amor. Con frecuencia, parecía fuera de sí, con gran fuego interior, odiándose a sí misma y con contrición profunda, rozaba la lengua en el suelo, y el dolor de la contrición y la dulzura del amor eran tan intensos que no sabía cómo actuar, pero confiaba plenamente en Dios
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