«Vendrá el día en que todos los muertos serán llamados al juicio

 

En el año 374, cuando el Imperio Romano aún conservaba su esplendor exterior pero su fe cristiana se veía acosada por herejías y tentaciones, vivía en la ciudad de Antioquía un joven monje llamado Eusebio. Había ingresado pocos años antes en el monasterio de San Apolinar, donde los hermanos se dedicaban al ayuno, la oración y la copia de los santos libros.

Eusebio, aunque fervoroso en la disciplina, tenía una debilidad: amaba con exceso los escritos de Cicerón y otros autores profanos. Pasaba largas horas leyendo sus discursos, mientras los santos evangelios y las vidas de los padres quedaban olvidados sobre su mesa.

Cierta noche, tras un día de estudio en que apenas había abierto la Sagrada Escritura, se vio arrebatado en una visión. Le pareció hallarse en una gran sala de juicio, resplandeciente y terrible, y delante de él estaba sentado Cristo Juez, rodeado de ángeles que portaban trompetas. Una voz poderosa le preguntó:

—¿Quién eres tú?

Eusebio, temblando, respondió:

—Soy cristiano.

Entonces el Juez le miró con severidad y dijo:

—Mientes, no eres cristiano, sino ciceroniano, pues más amas los libros del gentil que mi palabra.

De inmediato mandó a los ángeles que lo azotasen. El dolor era tan vivo que Eusebio clamó por misericordia. Entonces algunos ángeles intercedieron ante el Señor y dijeron:

—Dale ocasión de arrepentirse, pues aún tiene vida en la tierra.

El Juez, compadecido, lo libró del castigo, pero le dejó una advertencia solemne.

Despertó Eusebio con el cuerpo sudoroso y el corazón aterrado. Desde aquel día juró no volver a leer poetas ni filósofos paganos con desordenada afición, y se entregó con fervor a las Sagradas Escrituras. Los hermanos del monasterio de San Apolinar testificaron que jamás volvió a desviarse de la Palabra de Dios.

Así, el recuerdo de aquel juicio imaginado quedó grabado en su alma hasta la muerte, y fue para él una continua trompeta que le recordaba:

«Vendrá el día en que todos los muertos serán llamados al juicio».

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