En el año 1552, se documentó un caso en París en el que un espíritu poseyó a una joven, observada por el Doctor Picard. Todos los doctores y teólogos intentaron, con sus artes, liberarla, pero nada tuvo efecto. El médico Hollerius, burlándose, decía que al principio la joven sufría de un mal melancólico, aunque el espíritu maligno ya había confesado su presencia. Nadie podía ver nada, excepto la joven, quien percibía una nube blanca cuando el espíritu se acercaba para atarla.
Al ver que no había solución, decidieron llevarla al campo, a un establo apartado. Allí vivía un pastorcito, un niño piadoso, que todos los días rezaba el Rosario junto a sus ovejas. Al enterarse del caso de la joven, el niño se acercó al establo donde ella estaba atada de manos y pies. Con la señal de la cruz y un ferviente pedido a la Virgen María, rogó por su liberación.
En ese momento, la joven expulsó algo negro, señal de que el espíritu había sido expulsado. Llenos de gratitud, ambos dieron gracias a Dios. Sorprendentemente, aquel simple pastorcito, con su voto a la Virgen María, logró lo que los doctores de París no habían conseguido, liberando a la joven mientras ellos se burlaban. La joven fue llevada de regreso a París, para que los doctores pudieran reconocer el poder de la fe pura y sencilla frente al escepticismo de los eruditos.
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