Muy profundo, en lo más hondo del océano, un pescador quedó hipnotizado al ver una figura misteriosa entre las olas. Era tan hermosa que por un momento sintió el impulso de saltar al agua para estar con ella. Pero algo en su corazón le recordó a su esposa, a sus hijos esperándolo en casa y a las palabras de su abuela: “Si alguna vez el mar intenta engañarte, encomiéndate a la Virgen del Carmen, protectora de los navegantes.”
Mientras la criatura le prometía riquezas y abundancia —barcos llenos de peces, jardines fértiles y una vida sin preocupaciones—, él recordó que muchos de sus amigos habían aceptado esos cantos de sirena. Todos ellos prosperaron por un tiempo, pero murieron jóvenes.
Con miedo y temblando, el pescador cerró los ojos y clamó:
“¡Virgen del Carmen, Madre del Mar, protégeme de este engaño!”
En ese instante, el canto se desvaneció y el agua volvió a estar en calma. La sirena desapareció, y con ella, las promesas de fortuna. El pescador regresó a la orilla sin tesoros, sin milagros de abundancia… pero vivo.
Vivió en la pobreza, renunciando a todo lo que podría haber ganado, pero alcanzó la vejez y pudo dar testimonio. Contó a todos que una sirena intentó conquistarlo y llevarlo a la muerte, pero la Virgen del Carmen lo salvó. Su historia se convirtió en advertencia y en fe: mejor la vida sencilla bajo la protección de la Virgen que las riquezas del mar que conducen a una tumba temprana.
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