Crónica del abad y sus dos monjes en la provincia de Aquitania

 

En Francia, en la provincia de Aquitania, vivía un abad con dos monjes recién incorporados a su monasterio. Uno de ellos era negligente, descuidado con sus obligaciones y más pendiente de su propio placer; el otro era humilde, penitente y siempre atento a cumplir la voluntad de Dios.

Un día, viajando durante el verano, se detuvieron a descansar en una iglesia apartada del camino. Cenaron y se acomodaron para dormir lo mejor que pudieron. El abad, consciente de la diferencia entre sus dos monjes, decidió orar antes de acostarse, especialmente por la salvación de ambos.

Durante la noche, el monje negligente tuvo un sueño extraordinario: vio que ambos monjes estaban rodeados de ángeles que los protegían. Pero de repente aparecieron demonios que intentaban arrastrarlo hacia el bosque cercano, fuera del camino seguro del campo. Uno de los demonios extendió un garfio y le arañó el abdomen. El monje forcejeó, intentando escapar, mientras los ángeles lo defendían con toda su fuerza.

Despertó sobresaltado, pensando que todo había sido un sueño, pero al tocarse el abdomen, descubrió que el arañazo era real, señal tangible de que lo ocurrido había sido verdad. Sobrecogido por la experiencia, comprendió que debía cambiar su vida y dejar de seguir solo su propio placer.

Desde aquel momento, el monje penitente se dedicó aún más fervientemente a la oración, la disciplina y la asistencia a los necesitados, y también aconsejó al monje negligente sobre la importancia de la rectitud y la humildad.

El abad, viendo el cambio en su monje penitente, se alegró y tomó nota de la importancia de guiar con cuidado a sus discípulos, pues a menudo la salvación depende no solo de los actos externos, sino de la vigilancia del alma y de la intercesión de quienes aman la voluntad de Dios.

Con el tiempo, el monje diligente perseveró en su humildad y penitencia, y el abad se aseguró de que los novicios comprendieran que cada acción, incluso la más pequeña, podía ser custodiada o atacada por fuerzas invisibles, y que la oración y la disciplina eran escudo contra los peligros del espíritu.

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