Mientras nosotros vivimos en la fe y en la devoción a Dios, algunos rechazan lo sagrado, burlándose de lo que es santo y entregándose a la maldad.
Nosotros, como cristianos, dedicamos nuestros días a honrar a Dios: veneramos a la Virgen María, recordamos con respeto la Pasión de Nuestro Señor, participamos en los sacramentos con reverencia y vivimos cada jornada buscando la santidad. Cada oración, cada acto de caridad, cada sacrificio que ofrecemos es un testimonio del amor de Dios y una luz frente a las tinieblas del mundo.
Pero hay quienes actúan de manera opuesta: buscan corromper lo que es bueno, profanan lo santo, practican la impiedad y se entregan a la maldad deliberadamente. No respetan la vida, ni la inocencia, ni los sacramentos; viven en odio, violencia y deseo de venganza. Sus acciones buscan destruir y humillar lo que es divino.
Hermanos, aunque muchos nieguen estas verdades, aunque se rían y se burlen de Dios, la realidad de la maldad existe, y también existe la protección y justicia de nuestro Señor. La incredulidad no borra la verdad; no puede cambiar la obra de Dios ni la recompensa de quienes le sirven con fidelidad.
Por eso debemos permanecer firmes: no dejemos que el desprecio o la incredulidad nos debiliten. Cada oración, cada misa, cada acto de devoción es un escudo frente al mal. La fe verdadera no depende de lo que otros acepten o nieguen, sino de nuestra entrega diaria a Dios, nuestra perseverancia y nuestra valentía para vivir conforme a Su voluntad.
Que nuestra vida sea un testimonio del poder de la fe, de la santidad de los sacramentos y del amor a Dios. Porque mientras algunos rechazan, nosotros alabamos; mientras otros maldicen, nosotros bendecimos; y mientras otros destruyen, nosotros edificamos con la verdad y la gracia divina.
Amén.
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