Refiere César que cierta mujer, poseída por demonios, tenía una voz tan hermosa y dulce que, al escucharla, los monjes del monasterio quedaban completamente cautivados. Solía colocarse junto a la puerta del convento en los momentos precisos en que los religiosos se preparaban para orar por liberación, y su canto parecía atraerlos, distrayéndolos de sus devociones y llenando el aire con una melodía que embriagaba los sentidos.
Al principio, los monjes creyeron que era un don del cielo, y muchos se acercaban para escucharla, sin darse cuenta de que aquella voz escondía un engaño. Con el tiempo, algunos comenzaron a notar detalles extraños: la mujer nunca mostraba cansancio, su mirada era fría y penetrante, y en sus cantos parecían esconderse murmullos incomprensibles que perturbaban el alma.
Fue entonces cuando la abadesa del monasterio intervino. Con autoridad y sabiduría, proclamó que aquella no era una mujer, sino un demonio que buscaba desviar a los fieles de la oración. Reunió a los monjes y comenzó una oración intensa por la liberación del lugar y de aquella presencia maligna.
En medio del clamor y las súplicas, del cuerpo de la poseída surgió una serpiente roja, de ojos brillantes y cuerpo sinuoso, que se desplazó con rapidez hacia el bosque cercano, desapareciendo entre la maleza. Aquel acto dejó una profunda impresión en los monjes y en la comunidad: comprendieron que lo que parecía un canto celestial era en realidad un instrumento de engaño. Desde aquel día, no volvió a ocurrir nada parecido, y la memoria de aquel suceso se conservó como advertencia sobre cómo las apariencias pueden engañar incluso a los más devotos.
El canto carnal dentro de la iglesia: advertencia de San Cesáreo
Refiere San Cesáreo que, en cierta ocasión, un grupo de jóvenes dentro de la iglesia comenzó a cantar canciones sobre el amor carnal y pasiones humanas desordenadas. No eran cantos dirigidos a Jesucristo, ni palabras de alabanza a Dios, eran melodías que exaltaban los deseos de la carne y los afectos mundanos que apartan el corazón del cielo.
Mientras ellos cantaban, un religioso presente tuvo una visión: vio a un demonio colocado en lo alto del templo, con un saco en la mano derecha. A medida que los jóvenes entonaban aquellas letras profanas, el demonio se inclinaba con avidez y las recogía una por una, como si fueran joyas, y las iba echando en su saco.
El religioso comprendió entonces que, aunque la iglesia es casa de oración y alabanza, allí mismo se estaba levantando un altar al enemigo, porque aquellos cantos exaltaban el amor carnal.
Cuando el saco estuvo lleno, el demonio, desbordante de alegría, comenzó a gritar con fuerza:
—¡Cantad, cantad más, porque tengo mi saco repleto!
Y así quedó claro que todo canto que celebra el amor carnal, aunque suene dentro de la iglesia, se convierte en incienso para el infierno, pues la voz que debería exaltar a Cristo se entrega al adversario.
el joven fue arrebatado de repente por el mismo hombre vestido de negro
finales del siglo XVIII, en una parroquia de la región, se encontraba un coro de jóvenes que participaba en las celebraciones solemnes.
Un domingo por la mañana, uno de los jóvenes salió de la parroquia con el corazón abatido, triste por las burlas constantes que recibía de sus compañeros debido a su voz débil y desafinada. Caminaba por un sendero oscuro, rodeado de árboles y sombras, cuando se encontró con un hombre vestido completamente de negro, cuyo rostro permanecía oculto bajo una capucha.
El extraño le habló con voz profunda y sugestiva, prometiéndole poder cantar mejor que cualquiera de sus compañeros, pero a cambio debía entregarle algo que aún no comprendía del todo. Desesperado por mejorar su voz y dejar atrás las burlas, el joven aceptó sin vacilar.
Desde aquel momento, su canto cambió de manera extraordinaria. Durante la vigilia de Pascua, cuando entonó la bendición solemne, su voz fue tan dulce y melodiosa que todos los presentes quedaron maravillados. Parecía música celestial, resonando como si ángeles mismos la entonaran.
Sin embargo, al concluir la bendición, lo terrible ocurrió: el joven fue arrebatado de repente por el mismo hombre vestido de negro,
Después, dos demonios con grandes trompetas soplaban en sus oídos, y salían llamas de fuego por sus ojos, por su nariz, por su boca y por todos los miembros de su cuerpo. Esto le sucedía por causa de las canciones deshonestas. Luego dos serpientes lo rodeaban con sus colas y lo desgarraban con los dientes, y todo esto lo sufría por los abrazos impuros con mujeres y por deleitarse en placeres carnales del mundo.desapareciendo por la ventana de la iglesia frente a los ojos atónitos de los testigos. Nunca más volvió a ser visto.
El suceso quedó registrado en los escritos de la región, pues muchos lo presenciaron y lo transmitieron como advertencia para las generaciones futuras: un recordatorio de que el precio de ciertos deseos puede ser más alto de lo que se imagina.
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