. “La Joven Poseída que Confirmó la Presencia Real de la Eucaristía

 

En Francia, poco después de la invasión del protestantismo, el país estaba sumido en la violencia: iglesias saqueadas, sacerdotes y religiosos asesinados, y la Eucaristía profanada de maneras horribles por los hugonotes. En medio de este caos, Dios quiso mostrar su poder y consolar a los fieles a través de un hecho extraordinario: la posesión de Nicolasa de Vervins, una joven piadosa de 16 años, casada y de conducta ejemplar.

Tres demonios principales —Belcebú, Astarot y Gerbero— junto con una legión de espíritus menores, se apoderaron de ella, causando deformaciones espantosas, parálisis, mudez, ceguera y sufrimientos que parecían desafiar la ciencia y el arte. Sin embargo, cada vez que Nicolasa era tocada por la Eucaristía, recobraba inmediatamente la vista, el habla, la movilidad y su forma natural. Su único remedio era la Comunión, llegando a recibirla hasta veinte veces en un día.

Los exorcismos fueron dirigidos por el obispo Juan de Bours, en la catedral de Laón, ante multitudes que llegaban hasta veinte mil personas, incluyendo sacerdotes, autoridades civiles y también ministros protestantes. Los demonios, enfrentados a la Santa Hostia, fueron obligados a confesar la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, reconociendo que estaban sometidos al poder de Dios y que no podían resistirse. La joven se agitaba horriblemente, con el rostro hinchado, la lengua fuera de la boca y los miembros retorcidos, mostrando la violencia de los espíritus, pero al contacto con la Hostia recuperaba instantáneamente su humanidad.

El punto culminante ocurrió el 8 de febrero de 1566, durante la última conjuración solemne. El obispo, sosteniendo la Hostia, ordenó a los demonios salir del cuerpo de Nicolasa. Tras una lucha aterradora, con gritos, crujir de huesos y hasta levantamientos en el aire, finalmente los espíritus huyeron con truenos y humo, y Nicolasa quedó libre. Arrodillada, hizo la señal de la cruz, dio gracias a Dios y recibió la Comunión con la misma Hostia que el demonio había intentado arrebatarle.

El milagro tuvo un impacto enorme. Muchos protestantes, testigos del acontecimiento, se convirtieron al catolicismo, declarando: “Lo creo porque lo he visto”. Incluso intentos de envenenarla fracasaron milagrosamente gracias a la protección de la Hostia. La fama del hecho se extendió por toda Francia; el rey Carlos IX y otros grandes personajes quisieron conocer a Nicolasa y presenciar los hechos. La Santa Sede, con San Pío V y Gregorio XIII, reconoció el milagro como una prueba de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía y un signo de Dios contra la herejía.

Este hecho extraordinario no solo liberó a Nicolasa, sino que fortaleció la fe de miles, convirtiéndose en un testimonio público y evidente del poder divino y de la misericordia de Cristo hacia los fieles en tiempos de persecución.

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