El Peregrino y el Agujero del Purgatorio

 

Había un peregrino que, en busca de sentido y salvación, decidió aventurarse por una montaña lejana, rodeada de brumas y silencios que parecían contener secretos antiguos. Su corazón estaba inquieto, y su alma ansiaba comprender los misterios de la vida y de la eternidad.

Mientras ascendía por senderos escarpados y riscos solitarios, encontró un agujero profundo, oscuro y silencioso. Sintió que una fuerza invisible lo llamaba a mirar hacia el abismo. Al asomarse, vio un panorama que jamás había imaginado: almas rodeadas de penas, llamas y angustias, cada una gemía con voz que penetraba hasta lo más íntimo de su ser. Recordó las palabras de los antiguos escritos:

> «O vos omnes, qui transitis per viam…» —“Oh vosotros todos, que pasáis por el camino”—, les recordaba el dolor que deben contemplar y la necesidad de la compasión.




El peregrino comprendió que se encontraba ante el Purgatorio. Las almas, en su sufrimiento, pedían socorro y alivio, sus lamentos se extendían como un eco que atravesaba toda la tierra. Cada pena y cada tormento estaban rodeados de justicia y de necesidad de purificación.


Sintiendo en su corazón un profundo desengaño de sus propios errores, el peregrino se postró y, con humildad, invocó la intercesión de la Virgen María:


> “Madre poderosa y misericordiosa, enséñame a entender, a amar y a servir, y guía estas almas hacia la luz de Tu Hijo.”




En ese instante, percibió que un fuego suave y consolador comenzaba a abrazar su alma, purificando su incredulidad y llenando su corazón de fe católica. Comprendió entonces que solo por la gracia de Dios y la poderosa intercesión de la Virgen podía convertirse y ayudar a estas almas.

Guiado por la oración y la devoción, comenzó a ofrecer misas, oraciones y actos de amor y sacrificio por ellas. Cada oración y acto de caridad parecía aliviar las penas de las almas del Purgatorio, y poco a poco algunas fueron elevándose, libres de sus tormentos. El peregrino comprendió que la misericordia de Dios, enseñada por la Virgen María, podía transformar el sufrimiento en esperanza y llevar a la salvación a aquellos que ya no podían ayudar por sí mismos.

Al final de su peregrinación, descendió de la montaña con el corazón renovado, convertido al catolicismo pleno, consciente de la importancia de la oración y de la intercesión divina. Llevaba consigo la certeza de que su vida debía dedicarse a auxiliar a las almas en pena, a enseñar la verdad y la fe y a nunca olvidar la poderosa guía 

de la Virgen María.


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