El hijo prodigio



Un hombre tenía dos hijos. El menor, impaciente por vivir a su manera, pidió a su padre su parte de la herencia. Con el corazón dolido pero respetando su decisión, el padre se la entregó. El joven viajó lejos y gastó todo en una vida desenfrenada, hasta quedar en la ruina. Cuando una gran hambre azotó la región, terminó trabajando cuidando cerdos, deseando comer lo que ellos comían.

En su miseria, recordó la bondad de su padre y decidió volver, no como hijo, sino como sirviente. Preparó su disculpa y emprendió el camino de regreso. Pero cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y, lleno de compasión, corrió a abrazarlo. No lo reprendió, sino que lo vistió con las mejores ropas, puso un anillo en su mano y organizó una gran fiesta para celebrar que su hijo había regresado.


El hermano mayor, al enterarse, se enojó, pues él siempre había sido obediente y nunca recibió tal celebración. El padre le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario celebrar, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.”

Esta parábola nos recuerda que el amor de Dios es incondicional. No importa cuánto nos alejemos ni cuán bajo caigamos, Él siempre está dispuesto a perdonarnos y recibirnos con los brazos abiertos si decidimos volver. También nos enseña a no caer en la envidia, sino a alegrarnos por cada persona que encuentra el camino de regreso a Dios.






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