Año 1567, en la ciudad de Travutenau, Bohemia.
Esteban Hubener era un hombre muy rico, que había amasado grandes riquezas y construido edificios espléndidos. Pero no todo era legítimo: se sabía entre sus siervos y trabajadores de sus haciendas que abusaba de ellos, robaba y cometía fraudes, imponiendo su poder con crueldad.
Cuando murió y fue sepultado con gran honor, ocurrió algo aterrador. Su espectro comenzó a aparecer a todos los que habían trabajado con él, especialmente a quienes habían participado en sus abusos y robos o habían sido víctimas de su tiranía. Los aparecidos lo veían como si estuviera vivo, abrazándolos con tal fuerza que algunos cayeron muertos y otros enfermaron gravemente.
Al enterarse de esto, los familiares de los afectados comenzaron a orar intensamente, pidiendo a Dios protección frente a aquel ser. Pronto se comprendió que el que se aparecía no era el verdadero Esteban, sino Satanás disfrazado de él, usando su cuerpo y apariencia para aterrorizar y castigar a quienes habían conocido sus crímenes.
El magistrado local, alarmado por las múltiples muertes y enfermedades, ordenó abrir la tumba. Aunque habían pasado veinte semanas desde su entierro, el cuerpo estaba intacto, fresco y grasiento como si acabara de morir.
El verdugo recibió el cadáver y lo llevó al lugar del suplicio. Allí le cortó la cabeza con un hacha y le arrancó el corazón. La sangre manó como si el hombre aún estuviera vivo, como si sufriera el castigo que merecía. Finalmente, el cuerpo fue arrojado al fuego, la cabeza colocada entre los pies, y todo fue quemado ante la mirada de una multitud aterrorizada.
Gracias a las oraciones y la intervención divina, el demonio dejó de atormentar a los trabajadores y familiares, quedando como un recordatorio del castigo que recibe el mal y la injusticia.
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