El escudo de david


En un reino antiguo, vivía un joven llamado David ,no el rey bíblico, sino un humilde pastor que amaba servir a su comunidad. Cada mañana ayudaba a los ancianos a cargar agua y cuidaba a los animales de quienes estaban enfermos. Sin embargo, un día, un grupo de ladrones comenzó a rondar el pueblo, robando y sembrando miedo.


Muchos decidieron encerrarse en sus casas y proteger lo suyo, pero David, recordando las palabras del Salmo 27:1 “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré?”, decidió permanecer firme. Fabricó un escudo de madera y hierro y se colocó a la entrada del pueblo. No tenía espada, solo un corazón lleno de fe.


Una noche, los ladrones llegaron. Al verlo, uno de ellos se burló:

—¿Crees que tu pequeño escudo te salvará?

David respondió:

—No es el escudo el que me protege, sino el Dios que me da la fuerza para sostenerlo.


Los ladrones, al ver su valentía y la luz de antorchas que se encendían detrás de él (los vecinos habían decidido unirse), se retiraron. Desde entonces, el pueblo supo que la fe y la unidad eran armas más fuertes que cualquier espada.



 No importa si nuestras fuerzas parecen pequeñas; cuando ponemos nuestra confianza en Dios y nos mantenemos firmes, Él nos sostiene. La fe no nos promete ausencia de batallas, pero sí la certeza de que no las enfrentaremos solos.


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