¿Y qué quieren las almas del purgatorio de los dos: de Cristo crucificado y de su Madre dolorosa?

Las ánimas benditas quieren De Cristo crucificado, la Sangre.

De la Madre concrucificada, el Manto.

La Sangre de Cristo, para apagar las llamas que tienen las almas del purgatorio maltratadas y heridas.

El Manto de la Madre, para cubrir la desnudez que padecen.

Vuestros compañeros vivos os envían cuanta Sangre pueden ofreceros de vuestro amado Dueño;y os extienden todo el Manto de vuestra piadosísima Madre.

¡Anímense vuestras esperanzas!

Hoy saldréis de esas llamas animas benditas.

Hoy os cubriréis ricamente.

Hoy recibiréis el eterno premio de la gracia.

Ave María.

“Como lámpara resplandeciente, te iluminará.”

San Juan Crisóstomo, contemplando el milagro de los tres jóvenes en Babilonia —que en medio del fuego no se quemaban— y cómo las mismas llamas que a ellos les servían de luz, abrasaban a los caldeos, exclamó maravillado:

“¡Cuánto más la Sangre preciosísima de Cristo podrá condenar a los incrédulos y salvar a los fieles!

Si Dios sabe honrar los cuerpos de los justos y quemar los de los malvados… ¿no sabrá mucho más salvar a las almas fieles y condenar a las infieles?

Que clame cuanto quiera el pérfido judío:

“¡Caiga su Sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”

Pero si esta insigne parroquia dice hoy lo mismo, no lo dice con blasfemia, sino con devoción:

“¡Venga sobre nosotros la Sangre de Cristo!”

Y entonces esa misma Sangre, que fue de condenación para los impíos, será fuente de salvación para los fieles,

consuelo para las almas del purgatorio,

y corona para los santos.


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