Una mujer, casada con un varón justo, por amor a él, quiso lanzarse desde una alta montaña y quitarse la vida cuando él murió. Su padre, al conocer su decisión, la reprendió duramente. Le dijo:
—¿Qué es eso que intentas hacer? ¿Acaso juraste un voto tal que te obligue a morir con tu esposo? Eso no vale, porque todo juramento que conduce al mal, no tiene validez ante Dios.
Ella respondió:
—Sí, juré a mi esposo que, si él moría, yo también moriría por amor. Y por eso quiero cumplirlo.
Pero el padre le replicó:
—Hija mía, aunque en el matrimonio los esposos son una sola carne, no por ello deben arrastrarse el uno al otro a la perdición. Estás confundiendo el amor carnal con la obediencia espiritual. En el alma, ustedes siguen siendo dos. No debes obedecer ese juramento, porque fue hecho por afecto desordenado, y no por inspiración del Altísimo. No es voluntad de Dios que mueras. Y aunque ames a tu esposo, no estás obligada por ese voto a perder tu alma ni tu cuerpo.
La joven, oyendo estas palabras, no pudo responder. Pero, aún así, con firmeza dijo:
—No quiero vivir sin él. Yo juré unirme a él hasta la muerte, y por su amor, deseo morir.
Entonces el padre, viéndola tan decidida, intentó impedirle físicamente que se arrojara. Pero ella, tomada por su dolor, se precipitó desde lo alto y murió.
Algunos dijeron que no debía ser castigada por ello, pues actuó por amor y fidelidad a su esposo. Y que, así como el esposo y la esposa son una sola carne, también puede ser encomiable que la esposa muera por amor tras la muerte de su marido.
Incluso hubo quien pidió que fueran puestos juntos en un mismo sepulcro, pues ella no había delinquido contra la ley, sino que, impulsada por el amor, se había unido a su esposo hasta el final.
Moralización
Carísimos hermanos:
Esta joven representa al alma humana, creada hermosa y a imagen de Dios. Pero el demonio, mediante el pecado, la ha engañado y desposado falsamente. Así, al caer en pecado, el alma pierde la sagrada alianza con su verdadero Esposo, que es Dios.
Si el alma permanece en pecado, como muerta espiritualmente, es llevada a regiones lejanas —es decir, al infierno—, por su soberbia y sus promesas falsas.
La pecadora, entonces, como desde una alta montaña, se precipita al abismo por amor desordenado, en lugar de elevarse por el verdadero amor que viene de Cristo. Así estaba la humanidad antes de la venida de Nuestro Señor.
Pero Cristo vino, se hizo hombre, y con su Pasión nos rescató. Él sanó con su sangre nuestra herida mortal y nos devolvió la alianza perdida.
No es el amor carnal lo que salva, sino el amor redentor de Cristo. Por eso, no debemos jurar ni atarnos a pasiones humanas que nos arrastran al abismo, sino entregarnos enteramente al Señor, que es fiel, y vivir para Él.
Las mujer en oración empezó a pedirle perdón a Dios hizo siete días de penitencia y al año siguiente consiguió un nombre piadoso se casó tuvo hijos con una familia consagrada a la Virgen María.

Comentarios
Publicar un comentario