por un corazón agradecido, la que alcanzó la gracia de su liberación


Santa Brígida tuvo una revelación en la que vio cómo un demonio atormentaba en el Purgatorio a un rey, y le decía con cruel sarcasmo:

—Has venido a mis manos grueso y lleno de manjares; ahora te vaciaré en mi prensa.

Entonces, colocando la cabeza del rey entre sus rodillas —fuertes como una tenaza de hierro—, la apretaba con tal violencia que la médula del cerebro se afinaba como una delgada hoja de papel. Luego le gritaba:

—Porque no abrazaste con amor y afabilidad a tus súbditos, ahora yo te abrazaré.

Y extendiendo sus brazos, que se transformaban en dos terribles serpientes, lo rodeaba y se enroscaba atrozmente en su cuerpo,  oprimiéndolo con fuerza monstruosa.

Cada uno de sus pecados era castigado con tormentos proporcionales, con penas espantosas aplicadas por aquel espíritu infernal.

Sin embargo, la misericordia de Dios no se hace esperar para quienes han practicado aunque sea una obra de caridad con sincero corazón. Aquel rey, a pesar de sus culpas, había dado un día una limosna a un pobre mendigo con verdadera compasión. Ese mendigo, agradecido, ofrecía diariamente oraciones por el alma de su bienhechor.

Fue precisamente esa humilde oración, elevada con fe por un corazón agradecido, la que alcanzó la gracia de su liberación. Después de un largo tiempo de purificación y sufrimiento, el rey fue finalmente sacado del Purgatorio por misericordia de Dios, gracias a aquella limosna y a la oración del pobre.

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