San Basilio y el médico judío

  

En los últimos días de su vida, san Basilio el Grande, obispo de Cesarea, cayó gravemente enfermo. Su cuerpo se encontraba débil, la fiebre lo consumía, y muchos pensaban que su alma estaba ya por emprender el viaje eterno. Ante la gravedad de la situación, se hizo llamar a un médico judío, reputado por su saber y experiencia en la medicina.

El sabio hebreo lo examinó con atención, tomando el pulso, observando su semblante, y tras reflexionar, sentenció con voz firme:

—“Morirá usted al caer el sol.”

San Basilio, sin perder la calma ni la confianza en la divina Providencia, lo miró con serenidad y le preguntó:

—“¿Y qué sucedería si no muero al atardecer, como dices?”

El médico, seguro de su diagnóstico, replicó:

—“Eso es imposible. Según los signos vitales y el arte de la medicina, usted no pasará de hoy.”

Entonces san Basilio, iluminado por el Espíritu Santo, le habló con voz profética y compasiva:

—“Y si Dios, en su poder, permite que yo viva hasta mañana, ¿creerías tú que también puedes vivir por medio del Santo Bautismo, si lo recibes con fe y corazón sincero?”

El médico, movido por la fuerza de aquellas palabras, respondió con respeto:

—“Si tú sobrevives, sabré que tu Dios es verdadero, y aceptaré tu fe.”

A la mañana siguiente, el médico regresó, creyendo que encontraría ya cadáver o luto en la casa del obispo. Pero para su asombro, halló a san Basilio no solo vivo, sino más restablecido, sereno y en paz, como si la enfermedad hubiese retrocedido por mandato del Cielo.

Aquel milagro obraba no solo en el cuerpo del santo, sino en el alma del médico. El judío quedó profundamente conmovido. Comprendió que el Dios de Basilio no era un dios más, sino el Dios verdadero, viviente y todopoderoso, capaz de vencer la enfermedad y devolver la vida.

Cayó entonces de rodillas y, con lágrimas, confesó su fe en Jesucristo. Renunció a su antigua creencia, y pidió el Bautismo con humildad. Basilio mismo lo condujo a la iglesia, lo instruyó en la doctrina de la fe, y lo bautizó solemnemente en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Así fue como, por un prodigio de la gracia, no solo sanó el cuerpo de un santo, sino que e salvó el alma de un pecador.

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