no hagas mal a nadie

 

Sabiendo santa Elena que su hijo Constantino se había hecho cristiano, le pesó mucho, porque ella deseaba que fuese judío, como ella misma había sido (engañada por los sabios judíos).

Entonces escribió a Constantino que viniese a Roma, y que trajese con él rabinos sabios, entre ellos a Zambri, un encantador judío, para que disputasen con san Silvestre.

Trajo Elena doce rabinos sabios. Y estando presentes Constantino y la misma Elena, se pusieron ambos como jueces del debate. Pero san Silvestre los convenció con manifiestas razones.

Enojado, Zambri dijo:

—Traedme aquí un toro bravo, y yo haré con él un milagro, por el cual Silvestre será vencido.

Y como apenas doce hombres podían sujetar al toro, se acercó Zambri al oído del animal y le dijo una palabra secreta. Enseguida cayó muerto el toro. Entonces dijo Zambri:

—Con el nombre secreto de Dios, que solo yo conozco, he matado al toro.

Al ver esto, los judíos quedaron muy alegres. Pero entonces dijo san Silvestre:

—Aquí nadie sabe si tú has pronunciado el nombre de Dios, porque el santo nombre de Dios da vida, y no mata. Y si no resucitas al toro, no creeremos que has hecho un milagro, sino que con algún nombre del demonio lo mataste.

Los jueces dijeron que Silvestre decía bien.

Entonces dijo Zambri:

—Resucítalo tú, y nosotros creeremos en tu ley.

San Silvestre oró, y el toro resucitó. Luego lo bendijo y le dijo:

—Vete, y no hagas mal a nadie.

Y el toro se fue tranquilo, ante la admiración de todos. Así se convirtió santa Elena y también los judíos, y Constantino quedó alegre y confirmado en la fe.

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