Después de algunos años, la hija del señor de Nucherlustem, don Bartolomé, muy devota del bienaventurado Padre San Francisco y de su Orden, tuvo por confesor a un religioso de gran perfección llamado fray Fredebaldo.
Tras el fallecimiento de este siervo de Dios, ocurrió que un hijo de dicha señora, quien pertenecía a la Orden de los Crucíferos, enfermó de esquilencia (tuberculosis) de forma tan grave que ni podía hablar ni parecía que pudiera vivir normalmente.
La madre, con mucha fe, tomó un cabello que tenía en su poder como reliquia del beato fray Fredebaldo y lo colocó, envuelto en un paño, bajo la garganta del hijo.
Dejando al niño con sus criados, fue a oír la Misa del Gallo —porque era la noche de la Natividad del Señor— para pedir misericordia para su hijo.
Mientras estaba en la iglesia, triste y angustiada, haciendo oración, llegó uno de sus criados con gran alegría y le dijo:
— Señora, por milagro de Dios, vuestro hijo está completamente sano.
Al principio, incrédula, la madre se levantó y volvió a su casa, donde encontró a su hijo sano y hablando, para gran admiración de todos.
Al querer la madre quitarle la reliquia que llevaba atada en la garganta, el niño le respondió que no permitiría que nadie le quitase aquella medicina hasta que supiera qué tipo de emplasto era aquel de tanta virtud.
La madre le explicó:
— Verdaderamente, hijo, no te puse otra cosa que un cabello de mi padre fray Fredebaldo, con su paño.
Entonces el hijo respondió:
— Sabed, señora, que justo cuando os fuisteis a la iglesia, vino a mí nuestro padre fray Fredebaldo acompañado de otro fraile pequeño de cuerpo, y me visitaron y saludaron con palabras de consolación.
El fraile pequeño tocó con su mano la parte afectada de mi garganta y me pareció que desde dentro me bajaba una masa.
Vi en la mano de aquel fraile un clavo negro que le atravesaba la palma; luego, al pasar su mano por encima de mi garganta, quedé sano de mi enfermedad mortal.
Al conocer todos la merced que aquel enfermo recibió de nuestro Señor por la visita del Padre San Francisco y su fraile fray Fredebaldo, glorificaron a nuestro Señor en sus santos siervos.
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