Ante el trono de Jesucristo, Juez soberano y justo, compareció el alma de un hombre marcado por la soberbia, esa que lleva a los hombres a la deshonestidad y al amor mundano. Este hombre, durante su vida, eligió ceñirse al mundo y a sus vanidades, viviendo según su propia voluntad y deleite, sin someterse al mandato divino.
El demonio acusador se levantó con voz fuerte y acusadora:
—¡Oh Altísimo! Traigo ante Vos este alma soberbia, que en la tierra fue como un perro que caza sin descanso.
—Levantado sobre sus patas traseras, con las delanteras apoyadas en un bastón erguido, fingía meditar en los caminos celestiales y los mandamientos de la ley espiritual. Mas sus patas traseras estaban aferradas a mí, al gusto de lo terrenal, ignorante de las cosas divinas.
—Su ánimo fue inconstante y vano, sus palabras huecas, su corazón oscilante entre el bien y el mal según le convenía.
—Movía la cola complaciendo a los hombres, cumpliendo con descaro todas sus obras rebosantes de soberbia, y así seducía y engañaba a muchos.
—Su vida fue un juego de apariencias y engaños, y ahora merece la condena eterna por haberse entregado al mundo y a sus placeres.
Entonces, el ángel defensor se alzó con voz clara y firme:
—Señor justo y misericordioso, conceded oído a la defensa.
—Es verdad que el alma estuvo perdida en soberbia y engaño, y que su ánimo fue veleidoso y falso.
—Mas no le fue totalmente ajena la ley espiritual; con sus patas delanteras intentó sostenerse en los mandamientos, aunque con debilidad y sin verdadera estabilidad.
—No todo fue maldad sin remisión, pues su conciencia tuvo momentos de lucha, y su vida estuvo entre la vanidad y el anhelo de lo celestial.
—Por ello, aunque no merezca la gloria inmediata, tampoco debe ser condenada sin posibilidad de purificación.
—Su alma debe pasar por el fuego purgante para limpiar los vestigios de soberbia y vano placer, y así podrá alcanzar la vida eterna.
Jesucristo, con la justicia y misericordia que sólo a Él corresponde, meditó y finalmente dictó:
—Este alma, aunque perdida en soberbia y mundanalidad, no cerró del todo su corazón a la ley espiritual ni al arrepentimiento.
—No merece la condena eterna del infierno, sino la purificación del purgatorio, para que en la limpieza de su fuego alcance la santidad.
—Sea, pues, entregada a la purificación, donde pagará sus culpas con esperanza y ferviente deseo de la redención.
Y así, el alma soberbia fue llevada al purgatorio, donde sufrirá y se purificará para un día, si Dios lo quiere, entrar en la gloria eterna.
El demonio, frustrado, se retiró, mientras el ángel alzaba su canto de alabanza al Señor, que con justicia y misericordia salva incluso al alma caída que busca volver a Él.
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