Tuvo este religioso una gracia extraordinaria de contemplación y rapto, o elevación en Dios. Estando a veces todo arrebatado y elevado en contemplación divina, venían a él aves de diversas especies y se asentaban con singular familiaridad sobre su cabeza, hombros, brazos y manos; allí cantaban con mucha suavidad.
Y cuando volvía en sí de la contemplación, se le veía con tanta alegría en el alma, que parecía hombre del otro mundo, o ángel del Señor. Así resplandecía maravillosamente en su rostro la familiaridad divina, que causaba espanto y admiración a quienes lo veían. Por eso vivía casi siempre en soledad y rara vez hablaba con los frayles.
Cuando se le preguntaba algo, sus respuestas parecían de un ángel de paz celestial. Era, pues, muy gracioso y divino en sus palabras. Y como de día y de noche perseveraba en la oración y contemplación divina, especialmente en las meditaciones de Jesucristo, los frayles lo tenían en tan alta veneración como a otro Moisés.
Perseverando en tan loable ejercicio, llegó el término de su vida.
Su enfermedad y la visita de la Virgen María
Cuando enfermó de muerte y ya no podía recibir nada, ni admitía medicina corporal, fue por la clemencia divina visitado por la gloriosa Virgen María, nuestra Señora, acompañada de muchos coros de ángeles y santos, con una luz de maravilloso resplandor.
Y llegándose al lecho donde yacía el enfermo, él, al ver a la Santa Virgen, se confortó y comenzó a pedirle con fervor que rogase a su precioso Hijo que en breve lo sacara de la cárcel del cuerpo.
Pidiéndole esto con mucha instancia y con abundantes lágrimas, respondió la Santa Virgen llamándole por su propio nombre:
—No temas, hijo, porque tu oración ha sido oída. Vi tus lágrimas, y por eso he venido a visitarte, para que seas confortado antes de partir de esta vida.
Y dicho esto, la gloriosa Virgen le dio una confección de letuario suavísimo con una cucharilla. Al tomarlo, recibió tanta consolación que parecía que su alma ya no cabía en su cuerpo mortal, tan retocada quedó de aquella dulzura divina.
Le dijo luego Nuestra Señora que estuviese muy esforzado, que en breve volvería por él y lo llevaría al cielo con su Hijo, por quien tanto se congojaba.
Con esta divina visitación y refección quedó tan confortado, que alumbrado interiormente, se le abrieron los ojos, y con divina ilustración y serenidad vio altísimos secretos en Dios. Y con el esfuerzo de aquella conserva, vivió muchos días sin ningún otro mantenimiento corporal.
Llegada la hora de su beatífico tránsito, confortó con semblante alegre a los frailes que estaban presentes y, con gran júbilo de corazón, se partió de esta vida para ir con su bien amado Cristo Jesús, nuestro Señor.
Otros datos de santidad
En el suelo de aquel lugar hay unas pequeñas gradas donde dicen que quedaron impresas las pisadas de nuestro Señor. En la pared están pintados dos frailes con los nombres:
“Aquí yacen los huesos de Fray Francisco Simón y de Fray Gerardo.”
El devotísimo rey Béla de Hungría, hermano de Santa Isabel, fue de la Tercera Orden del Padre San Francisco y pasó de esta vida en el año del Señor de 1269. Está sepultado en una iglesia de Nuestra Señora, convento que él mismo construyó para los frayles.
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