Cuando Dios guarda silencio: confiar en medio del desierto


 A veces oramos y no escuchamos respuesta. Buscamos a Dios con sinceridad, pero todo parece en silencio. Es fácil sentir que hemos sido olvidados, que nuestra fe no tiene eco. Sin embargo, la historia de la salvación está llena de silencios que preparan milagros

El pueblo de Israel vagó por el desierto durante cuarenta años, y muchas veces gritaban a Dios en su soledad. Pero fue en ese silencio donde aprendieron a depender solo de Él. El mismo Jesús, en el huerto de Getsemaní, no fue librado del sufrimiento, pero fue fortalecido para atravesarlo. El silencio de Dios no es ausencia. Es espacio sagrado donde se gesta la fe auténtica.


En nuestra vida, el desierto puede ser una enfermedad, una pérdida, una etapa de incertidumbre, o una fe tibia. Pero si seguimos caminando, como María que guardaba todo en su corazón sin entender, veremos que incluso el silencio puede ser una respuesta. A veces, Dios no cambia las circunstancias porque quiere cambiarnos a nosotros primero.


La pregunta no es “¿por qué Dios calla?”, sino “¿qué quiere enseñarme en este silencio?”. La fe madura no solo en las palabras, sino también en las pausas. Allí, cuando parece que no pasa nada, Dios trabaja en lo invisible.


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