La petición «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos...» nos recuerda que nuestros pecados son deudas contraídas con Dios, según San Agustín y Tertuliano, y que solo el arrepentimiento sincero puede saldarlas. A pesar de nuestras muchas faltas, podemos acercarnos con confianza al Padre, pidiendo perdón por nuestros pecados de palabra, obra y omisión, y comprometiéndonos a perdonar a los demás por obediencia y caridad.
Pedimos también no caer en tentación por infidelidad a su gracia y ser liberados del mal, es decir, del pecado y de sus consecuencias eternas. El «Amén», según San Jerónimo, es el sello consolador que Dios pone a nuestra oración, asegurándonos que ha sido escuchada.
Cada palabra del Padrenuestro glorifica las perfecciones divinas:
Padre nuestro honra su paternidad eterna y creadora.
Que estás en el cielo exalta su grandeza y majestad.
Santificado sea tu nombre expresa deseo de su adoración universal.
Venga tu reino y hágase tu voluntad reconocen su soberanía.
Danos hoy nuestro pan manifiesta confianza en su providencia.
No nos dejes caer en la tentación reconoce su poder para sostenernos.
Líbranos del mal expresa confianza en su bondad redentora.
Jesucristo glorificó siempre al Padre y nos dejó esta oración como modelo perfecto. Por eso, debemos rezarla con devoción, atención y
espíritu de adoración.
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