En los primeros años de la Orden de Predicadores, también conocida como la Orden de los Dominicos, fundada a principios del siglo XIII, el Maestro General y los Provinciales enviaban numerosos predicadores a la conversión de los gentiles y herejes. Entre las misiones más importantes estaba la predicación y conversión de los Cumanos, un pueblo y nación muy cercana a Vagria.
Cómo la Sagrada Virgen tenía tan a su cargo cuidar de todas las cosas que pertenecían a esta su Familia, que hasta de las cosas más pequeñas y especiales de sus religiosos se encargaba, mostrándose piadosísima Madre de todos ellos.
De esto hay muchas historias maravillosas, como se irá mostrando en este libro, y una de ellas es la siguiente.
El Maestro General y los Provinciales de los principios de esta Orden enviaban muchos predicadores a la conversión de los gentiles (como es y ha sido estilo de Salamanca en todos los tiempos). Entonces era muy frecuente la jornada de aquellos que enviaban a predicar y convertir a los Cumanos, pueblo y nación muy cercana a Vagria, adonde con sus sermones y doctrina obtuvieron frutos tan abundantes que trajeron a Dios la mayor parte de aquella provincia.
Un religioso, que entre otros fue señalado para este ministerio, quedó desconsolado, considerándose débil para los muchos rigores y asperezas que los predicadores allí padecían. Estaba incluso tentado a pedir que lo excusaran, porque se sentía sin fuerzas para los grandes trabajos de la jornada.
Batallando con pensamientos de debilidad y pusilanimidad, pidió a un ermitaño, grande siervo de Dios, con quien tenía muy estrecha amistad, que hiciera una oración particular para que Dios le encaminara a lo que más le agradara. Le pidió a su divina Majestad que, si le servía para que fuese a predicar a los Cumanos, le diera fuerzas para aquella empresa.
El santo ermitaño pidió a Dios por este asunto, que era de tanta importancia, y la noche siguiente fue recompensado con una notable visión.
Le pareció que veía delante de sí un caudaloso río, y en él un fuerte puente, sobre el cual, con gran gozo, pasaban religiosos de diversas órdenes religiosas. Notó que todos iban uno a uno, pero los de la Orden de Predicadores no pasaban por el puente, sino por el río nadando. Y cada uno de ellos llevaba tras sí una carroza llena de hombres y mujeres de diferentes estados.
Además, vio cómo algunos de los religiosos de esta sagrada familia se fatigaban mucho en esta labor, llevando estas carrozas y con el trabajo se cansaban; pero la soberana Virgen, extendiendo sus piadosas manos, les ayudaba, y con eso llegaban en buen estado.
Luego advirtió que las personas que con ellos había traído iban a lugares muy amables.
ras para explicarlo.
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