En el norte de Italia, hacia finales del siglo XVI, existían aún regiones donde persistían creencias paganas y sus propios sacerdotes o adivinos de los demonios, conocidos como Pages o Charoibes. Uno de estos, tras abstenerse de toda relación con su esposa durante nueve días, se encerraba en una pequeña choza recién construida en las colinas cercanas a un pueblo, provista según la costumbre local de todo lo necesario para sobrevivir. Allí, yacía solo sobre una cama limpia preparada por una adolescente de dieciséis años, y en total aislamiento, comenzaba a invocar al demonio.
Tras largos rituales y cánticos en latín y dialectos antiguos, finalmente el demonio se presentaba y le inspiraba las respuestas a las preguntas que deseaba conocer. El pueblo, que solía oír ruidos y rugidos misteriosos procedentes de la cabaña, clamaba desde el exterior:
“Te rogamos que reveles lo que has aprendido y lo anuncies a nuestro profeta en su retiro.”
Una vez terminado el rito, el adivino salía y comunicaba con amplitud lo que había aprendido del demonio.
Sin embargo, alrededor del año 1580, un monje católico comenzó a celebrar misa cerca de la choza donde el sacerdote pagano realizaba sus rituales. La presencia del monje y la celebración de la Eucaristía, rompió el ambiente oscuro de la zona. Pronto, los demonios dejaron de aparecer, y el sacerdote pagano, incapaz de invocar a las fuerzas malignas, se vio obligado a abandonar su choza y el pueblo.
Desde entonces, con la presencia constante de la Eucaristía y la bendición de la Iglesia, los ruidos y rugidos misteriosos cesaron, y la influencia de los demonios desapareció, dejando al pueblo en paz y bajo la protección de la luz divina.
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