Santa Isabel, sirviendo en el hospital a los enfermos, deseó que un enfermo comiera unos pececitos.
Fue a la fuente y oró al Señor que se los diera, y los halló de repente en el vaso en que traía el agua, y se los dio.
Otro día, vino un mudo al hospital y ella le preguntó qué quería, y como no le respondiese, le dijo: "Te ruego por Dios que me respondas". Entonces, el mudo habló diciendo: "Gracias a Dios que me ha dado habla". Y oyendo esto, la santa huyó y se escondió.
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