El Engaño del Demonio y su Guerra Contra los Siervos de Dios

 


Siempre inquieto, siempre hostil, el demonio intenta ejecutar su persecución para destruir a los siervos de Dios. Es astuto en tiempos de paz y violento en la persecución. Así lo afirma también la Epístola 8.1.1:

"Evitad la lengua envenenada del diablo, que desde el inicio del mundo ha sido siempre mentiroso y engañoso: miente para engañar, halaga para seducir, promete el bien para dar el mal, ofrece vida para matar."

Sus palabras brillan incluso ahora, pero son venenosas, como las de generales expertos que engañan con astucia. Dice:

"Los demonios, sumidos en crímenes, han engañado las almas de los iniciados mediante ignorancia y apariencias."

Por eso, como escribió Lactancio en Libro 6 sobre la verdadera religión, Dios quiso que los hombres nacidos para esta milicia espiritual estén armados y firmes en la batalla, atentos tanto a los ataques abiertos como a los ocultos, porque el enemigo invisible acecha con variados engaños, adaptándose al carácter de cada uno:

A unos les infunde una insaciable codicia para apartarlos de la verdad, atándolos a sus riquezas.

A otros los inflama con ira para alejarlos de la contemplación de Dios y llevarlos al daño del prójimo.

A otros los hunde en pasiones desordenadas, para que busquen placer y se entreguen a él.

Promete paz, pero impide alcanzar la verdadera paz.

Promete salvación, para que quien confíe en él no llegue a ella.

Promete Iglesia, pero actúa para que quien le crea, perezca fuera de ella.

En el tratado Sobre la Vanidad de los Ídolos, donde se habla también del demonio de Sócrates, se lee que los espíritus errantes, entregados luego a los vicios terrenos, perdieron su fuerza celestial y quedaron ligados al cuerpo. Aunque caídos, no dejan de tentar a los hombres:

Inspiran envidia para que el alma se torture con el bien ajeno.

Despiertan ambiciones para que algunos dediquen su vida a obtener cargos y poder.

Otros buscan gobernar regiones no por justicia, sino por vanidad.

San Agustín enseña (en La doctrina cristiana, libro 2, cap. 24) que estos espíritus procuran ofrecer a cada uno aquello con lo que pueden atraparlo, según sus sospechas y hábitos. Lactancio también dice:

"El demonio implanta deseos ilícitos para que los hombres codicien lo ajeno, aunque puedan tener lo propio sin culpa."

Ofrece imágenes seductoras, provoca pensamientos sensuales, alimenta los vicios, y agita los sentidos hasta que el hombre, atrapado, caiga en la trampa.

El filósofo cristiano Atenágoras escribió:

"Cuando el demonio se manifiesta a alguien, primero corrompe su mente."

Tatianus añadió en su Apología contra los Gentiles:

"Desviados por el mal, se apoderan de las almas y desean dominar la humanidad con un poder infinito y perpetuo."

A los piadosos los ata con falsas religiones para volverlos impíos. A los que buscan sabiduría, les presenta una falsa filosofía que, con apariencia de luz, los ciega para que no encuentren la verdad.

Así ha cerrado a los hombres los caminos de la verdad, llenándolos de errores. Pero para que podamos combatirlos y vencer al autor del mal, Dios nos ha iluminado con su luz y fortalecido con la virtud verdadera del cielo.

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