Muestra también el ángel gran sabiduría y discreción en la reprensión que a san Agustín dio,
cuando andaba fatigado por no poder comprender el misterio de la Santísima Trinidad. Que yéndose paseando el santo doctor junto al mar, vio a un niño echar agua del mar en un hoyo, y le dijo el santo:
—¿Qué haces, niño?
Respondió:
—Quiero echar el mar en este hoyo.
—¿Cómo —dice— podrá caber el mar en ese hoyo?
Respondió:
—Menos podrá caber el misterio de la Santísima Trinidad en tu pensamiento.
Y con esto se le desapareció, y lo dejó enseñado y reprendido. Porque este misterio ha de creerse, hasta que en la gloria se vea, y entonces se sabrá cómo es.
A Patroclo Abad lo incitaban los demonios a que fuese al mundo
a ver lo que allá pasaba, para enredarlo en sus redes. Y le dijo el ángel:
—Súbete allí, en aquella columna, y mira en ella lo que pasa.
Y vio los pecados en que vive el mundo, y le dijo:
—No quieras ir allá a ensuciar tus ojos y oídos con las cosas que ya renunciaste. Entra en tu celda y hallarás allí el tesoro.
Y halló una cruz grande, y se consoló con ella mucho.
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