Surio relata una historia conmovedora sobre la vida de Santa María Ogniense, una mujer de fe tan pura y entregada, que mereció la guía constante de su ángel custodio. Este no solo la protegía, sino que actuaba como su consejero personal y espiritual. Le decía cuándo debía comer, cuándo debía dormir, cuándo debía levantarse, y así también le indicaba lo que debía hacer en cada momento del día. Su vida estaba completamente armonizada con una obediencia celestial, donde cada acción, por más simple que fuera, se convertía en un acto de comunión con Dios.
María no tomaba decisiones por impulso ni dejaba que el capricho o el cansancio guiara sus pasos. Todo en ella estaba ordenado por una presencia invisible, pero cercana, que le ayudaba a vivir sin distracciones, sin excesos y sin dudas. Esta obediencia no era una carga, sino una fuente constante de paz. Saber qué hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo —guiada por una sabiduría superior— hacía de su vida un testimonio silencioso pero profundo de santidad.
¡Cuánto consuelo y cuánta libertad hay en vivir así! En un mundo donde muchas veces reina la confusión, donde uno no sabe si lo que hace es bueno o si está perdiendo el tiempo, el ejemplo de Santa María Ogniense nos recuerda que es posible vivir en sintonía con el cielo. Su vida demuestra que la verdadera libertad no está en hacer lo que uno quiere, sino en saber lo que Dios quiere, y hacerlo con amor y confianza.
Comentarios
Publicar un comentario