San Jerónimo nos ofrece una enseñanza poderosa a través de la vida de San Antonio. Cuenta que, en los momentos en que Antonio sentía flaquear su espíritu por la pereza o la tentación del ocio, su ángel custodio se le aparecía. No lo reprendía con palabras duras, sino que con paciencia y sabiduría le mostraba un libro, una herramienta de trabajo o la disciplina que debía seguir. Era como si le dijera: “Levántate, trabaja, ora, no te detengas”.
El ángel le recordaba, con hechos más que con palabras, que el alma se fortalece en el esfuerzo, que el cuerpo se doma con la constancia y que la voluntad se purifica cuando no se deja arrastrar por la comodidad. Así, cada vez que San Antonio obedecía, el desánimo se disipaba, la tentación huía, y su espíritu volvía a llenarse de paz y claridad.
Esta escena, aunque sencilla, encierra una gran sabiduría: cuando sientas que te falta fuerza, que la rutina te aplasta o que el alma se adormece, no te rindas. Ponte en marcha, haz algo bueno, útil, aunque sea pequeño. Porque en el esfuerzo constante, en la fidelidad al deber diario, también se libra una gran batalla espiritual. Y como a San Antonio, Dios no te deja sola: envía su ayuda, a veces en forma de ángel, a veces en forma de inspiración o hasta de cansancio que te empuja a buscar algo mejor.
Comentarios
Publicar un comentario