Muchas veces se habla de hacer actos de contrición y otros ejercicios espirituales, pero ocurre que el alma no siempre está bien preparada para realizarlos con la eficacia necesaria. Y si no hay una verdadera disposición interior, ¿cómo puede haber una preparación real para recibir la gracia?
Pensemos en esto con un ejemplo muy sencillo: cuando la tierra está completamente seca, no basta con que llueva uno o dos días para que empiece a dar fruto. Los agricultores dicen —y con razón— que esa poca agua solo moja la superficie, pero no llega a penetrar profundamente. Esa tierra, tan reseca, necesita muchas lluvias, continuas y durante varios días, para recuperar su fertilidad.
Lo mismo pasa con un alma en pecado mortal: está como tierra reseca, alejada de la gracia divina. Por eso, para que pueda dar fruto verdadero —como la contrición y las virtudes que brotan de ella—, necesita que la gracia vaya penetrando poco a poco, a través de reflexiones profundas, actos sinceros y afectos verdaderos.
Es cierto que la gracia de Dios puede entrar en un alma en un solo instante. Pero eso no significa que uno se disponga en un instante. Igual que en la naturaleza, donde algo necesita tiempo para calentarse hasta el punto justo, también el alma necesita tiempo para disponerse a recibir esa gracia. Si hay resistencia interior, se necesita aún más tiempo.
Un ejemplo claro: el fuego no prende en la leña hasta que esta alcanza el calor necesario. Si necesita ocho grados y solo tiene cuatro o seis, no basta. Así también, el alma necesita pasar por ciertos “grados” de entendimiento y voluntad: comprender la gravedad del pecado, reconocer la bondad de Dios, reflexionar sobre el castigo eterno... Todos estos pasos preparan el terreno para la verdadera contrición.
Como explicó el arzobispo Álvarez: la gracia suficiente mueve al alma a considerar el infierno, la bondad divina, lo horrible del pecado... y estos pensamientos generan actos interiores que preceden a la contrición. Luego vienen los movimientos de la voluntad, donde muchas veces hay lucha y resistencia.
¿Pueden darse todos estos pasos en un instante? Santo Tomás aclara que Dios puede actuar de manera súbita o gradual, según su voluntad. Si el alma ya está bien dispuesta, Dios puede justificarla en un instante. Pero normalmente, el proceso es paulatino. Dios respeta los tiempos del alma y actúa paso a paso, dándole el espacio necesario para abrirse a la gracia.
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