Menipo, un joven de extraordinaria belleza y discípulo del filósofo cínico Demetrio, viajaba desde Corinto hacia el puerto de Cencreas cuando, en el camino, se encontró con una mujer de aspecto imponente. Era extranjera, de una hermosura cautivadora y vestía con la elegancia propia de alguien adinerado. Con voz suave y mirada intensa, le confesó estar enamorada de él y lo invitó con afecto a hospedarse en su casa.
Él, conmovido por sus palabras y seducido por su presencia, aceptó sin dudarlo. La casa donde vivía era magnífica, decorada con lujos que rozaban lo palaciego. Todo parecía perfecto: las comidas, la compañía, la atmósfera. Durante días, Menipo se entregó por completo a aquella relación, pasando las noches con ella y llegando incluso a pensar en el matrimonio. Estaba convencido de haber encontrado el amor verdadero.
Apolonio de Tiana, un hombre sabio y dotado de una visión profunda de la realidad, visitó la casa y, tras observarla detenidamente, reveló lo que nadie más podía ver: aquella mujer no era humana. Era una Lamia, una entidad maligna disfrazada, que tomaba forma de mujer para seducir a los hombres, alimentándose de su energía vital hasta consumirlos por completo. La riqueza, el afecto, la belleza… todo era parte de una trampa cuidadosamente tejida.
Gracias a la intervención de Apolonio, el engaño fue descubierto y Menipo, aún bajo el hechizo, fue liberado de sus garras justo a tiempo. Lo que parecía una historia de amor perfecta, no era más que un juego de sombras y apariencias al servicio de una criatura oscura.
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