En la vida de los Padres se cuenta que el demonio se apareció a un monje disfrazado de San Gabriel. El monje, cerrando los ojos, le dijo:
“Te has equivocado de destino, porque no te enviaron a mí, y además, yo no soy ningún santo.”
Y como el demonio no pudo soportar la burla, huyó avergonzado.
Sobre Apolonio, San Paladio cuenta que el Señor le dijo un día:
“Por medio de ti convertiré a Egipto y me traerás un pueblo santo.”
Apolonio respondió:
“Si quieres que haga eso, Señor, dame humildad, para que no me llene de orgullo delante de mis hermanos.”
Entonces el Señor le dijo:
“Pon tu mano en tu cuello.”
Apolonio obedeció, y en ese momento atrapó al demonio, que había tomado forma de etíope. Lo azotó y lo enterró bajo tierra. El Señor entonces le dijo:
“Ahora sí harás lo que te he pedido.”
Por otro lado, San Gregorio de Tours cuenta sobre Eparquio, abad de Eugolismense, que un día, al entrar en la iglesia, vio al demonio disfrazado de mujer, sentado en el púlpito. Eparquio, indignado, le dijo:
“Mala mujer, ¿cómo te atreves a sentarte en un lugar sagrado?”
Y lo expulsó de allí de forma humillante.
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